¿Creemos quizá que ya nos hemos adentrado bastante en el santuario divino sondeando su admirable misterio, o nos decidimos a seguir más adelante tras el Espíritu, para ver si aún nos queda algo por escudriñar? Porque el Espíritu lo sondea todo: el corazón y las entrañas del hombre, e incluso lo profundo de Dios.

Puedo seguirle a dondequiera que vaya, tanto si desciende a mi intimidad como si se remonta hasta lo más sublime. Lo importante es que custodie nuestro espíritu y cuando está ausente y nos desviemos siguiendo nuestro propio sentir y no el suyo. Porque llega y se marcha cuando quiere; pero no sabes de dónde viene o a dónde va.

Lo cual podemos ignorarlo sin riesgo para nuestra salvación; pero sería muy peligroso no enterarnos cuándo viene o cuándo se ausenta. Pues si no estamos atentos con suma vigilancia a estas alternancias que el Espíritu Santo dispone para con nosotros, no lo echarás de menos en sus ausencias ni lo alabarás por su presencia. Se ausenta para que lo busques con mayor avidez. Pero ¿cómo lo buscarás si no te enteras de que se ha ido? Igualmente, él se digna volver para consolarte. Pero ¿cómo lo acogerás con la dignidad que se merece su grandeza si no sientes su presencia? El alma que ignora su ausencia está expuesta a engañarse; y el espíritu que no advierte su regreso no agradecerá su visita.

Eliseo, cuando advirtió la inminente partida de su maestro, le pidió una gracia; pero como sabéis, sólo la consiguió con la condición de que lograse verle cuando lo apartasen de su lado. Estas cosas les sucedieron figurativamente y fueron escritas para nosotros. Que sepamos velar y esforzarnos en la obra de nuestra salvación, que promueve el Espíritu Santo sin cesar en nuestra intimidad, con exquisito primor y con el encanto de su divina sutileza; así nos lo enseña él nos lo exhorta el ejemplo de este Profeta. Ojalá nunca se retire de nosotros sin advertirla esa divina unción, la maestra que nos va enseñando todo, para no vernos privados de un doble don: que cuando llegue nos encuentre esperándolo, erguida nuestra cabeza, abiertos nuestros brazos, para recibir la bendición copiosa del Señor.

¿Cómo desea él que seamos? Pereceos a los que aguardan aque su amo vuelva de la boda. El nunca llega de las delicias abundosas de la mese celestial con las manos vacías. Estad, por tanto, en vela, preparados en todo momento, pues no sabemos el instante en que vendrá el Espíritu y se ausentará otra vez. Es Espíritu marcha y vuelve. El que se mantiene en pie mientras lo posee consigo, seguro que caerá cuando se vaya; pero no se lastimará, porque el Señor lo tiene de la mano. Entra y sale sin cesar de las personas espirituales o de las que intenta hacer más espirituales, visitándolas por la mañana, para probarlas luego inesperadamente. Siete veces cae el justo y otras tantas se levanta, si es que cae de día. Porque puede verlo a la luz, saber que está caído, desear levantarse, buscar la mano que lo levante y decir: Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza: pero escondiste tu rostro y quedé desconcertado.

SOBRE LA DUDA Y EL ERROR, QUE SE ALEJAN CON LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU

Una cosa es dudar de la verdad, lo cual tendremos que soportarlo cuando no sopla el Espíritu, y otra saborear el error. Esto lo evitarás fácilmente si no ignoras tu propia ignorancia y dices también tú: Si es que he cometido un yerro, con ese yerro me quedo yo. Esta sentencia es del santo Job. Mirad; la ignorancia es una madre nefasta que tiene dos hijas pésimas: la falsedad y la duda. La primera es más vil, la segunda más digna de compasión. Aquélla es más dañina, ésta más molesta. Ambas ceden cuando habla el Espíritu, porque no es sólo la verdad, sino la verdad cierta. Es el Espíritu de la verdad, cuyo contrario es la mentira. Es el espíritu de la sabiduría, transparencia de la vida eterna, que brilla por todas partes por su pureza, concompatible con la oscuridad de la duda.

Cuando calle el Espíritu, aunque no podamos evitar el disgusto de la duda, sí debemos detestar el error. Porque hay gran diferencia entre sentir la incertidumbre de lo que se debe opinar y afirmar temerariamente lo que se ignora. O nos habla siempre el Espíritu, y eso no depende de nosotros, o cuando desea permanecer silencioso, él mismo nos lo hace saber y nos habla al menos con su silencio para que no creamos falsamente que va delante de nosotros, y mal orientados vayamos tras nuestro propio error y no en por de él. Pero aun cuando nos mantenga en la duda, no nos abandona en el engaño. Puede suceder que alguien profiera una mentira sin certeza, y no miente. Otro puede afirmar una verdad que ignora, y miente. En el primer caso no afirma que sea verdad lo que dice, sino que así lo cree y lo dice; dice la verdad, aunque no sea cierto lo que dice. En el segundo caso, da como cierto algo de lo que no tiene certeza; no dice la verdad, aunque sea verdadero lo que afirma.

Hechas estas indicaciones para prevenir a los inexpertos, y con esas mismas cautelas, seguiré, si soy capaz, al Espíritu que guía mis pasos, como confío. E intentaré cumplir lo que enseño, para que no me digáis: Enseñando tú a otros, ¿no te enseñas nunca a ti mismo? Conviene distinguir entre lo dudoso y lo evidente, para no dedar de lo que es cierto, ni afirmar temerariamente lo que es ambiguo. Debemos esperar del Espíritu este discernimiento, porque no podemos conseguirlo por nosotros mismos.

San Bernardo Abad

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