El libro que recomendó el Papa Francisco a la Curia Romana

 

Al finalizar el Santo Padre su discurso ante la Curia Romana, el 21 de Diciembre del 2018, en el Mensaje tradicional de Navidad sl personal del Vaticano, agrego unas inesperadas palabras y recomendación:  “También este año me gustaría dejaros un pensamiento. Es un clásico: el Compendio de la teología ascética y mística de Tanquerey, pero en la reciente edición elaborada por el Obispo Libanori, Obispo auxiliar de Roma, y por el Padre Forlai, padre espiritual del Seminario de Roma. Creo que es bueno. No leedlo del principio al fin, sino buscad en el índice esa virtud, esa actitud, ese argumento… Nos hará bien, para la reforma de cada uno de nosotros y para la reforma de la Iglesia. Es para vosotros.”

Escrito el libro por el Sacerdote P. Adolphe TANQUEREY, trata, entre muchas otras cosas, de las famosas tres vías de la vida espiritual, la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. 

No es un tratado completo, sino un apoyo, escrito para sacerdotes y seminaristas, para fomentar la piedad, los fundamentos de la vida interior, la acción del Espíritu Santo en el alma, nuestra incorporación a Cristo, la acción de la Virgen María en su colaboración en nuestra santificación, y  la necesidad de tender hacia ella.

(Parte del texto a continuación y el link al final para su descarga).

 

 

 Sobre la caída original puede decirse en suma que el hombre perdió el justo equilibrio que Dios le había concedido de sus fa­cultades y potencias, y que, en comparación con el estado primitivo, es un herido y un desequili­brado, cual nos lo muestra el estado actual de nuestras facultades. 

 A) Echase de ver esto primeramente en nuestras facultades sensitivas, 

a) Los sentidos externos : los ojos se nos van tras de lo llamativo y curioso; los oídos están siempre prestos a escuchar novedades; el tacto busca las sensaciones agradables, sin cui­darse para nada de las leyes de la moral, 

b) Lo mismo ha de decirse de nuestros sentidos internos : tráenos la imaginación mil representaciones más o menos sensuales; corren con ardor y aún con violencia hacia el bien sensible nuestras pasiones, sin atender al aspecto moral del mismo, y pro­ curan arrastrar a la voluntad a que consienta. Cierto que todas estas inclinaciones no son de suyo irresistibles; porque las facultades, de donde proceden, siguen, en cierto modo, sometidas al im­perio de la voluntad; mas, ¡cuánta fuerza y estra­tegia son necesarias para sujetar a.todas esas gen­ tes rebeldes! 

  B) También las facultades intelectuales, que constituyen el hombre propiamente dicho, el entendimiento y la voluntad, fueron dañadas por el pecado original, 

a) Cierto que nuestro entendimiento siguió siendo capaz de conocer la verdad, y de adquirir, aún sin la ayuda de la revelación, a costa de paciente trabajo muchas de las verdades funda­ mentales del orden natural. 

Mas, ¡cuán flacamente se hace con respecto a la verdad! 

1) En vez de correr   de suyo hacia Dios y las cosas.divinas, en vez de alzarse del conocimiento de las criaturas a conocer al Criador, como hubiera hecho en su primer estado, tiende a abismarse en el estudio de las cosas cria­das sin remontarse a la causa de ellas, a poner toda su atención en lo que sacia su apetito desordenado de saber, y a no cuidar de lo que toca a su fin pro­pio; los cuidados temporales le estorban muy a menudo para pensar en la eternidad. 

2) Y ¡cuán propenso es al error/ Los mil prejuicios que nos atraen, las pasiones que conmueven nuestra alma y la ciegan para que no vea la verdad, hartas veces nos hacen caer en el error, y precisamente en las cuestiones más importantes de las que depende toda nuestra vida moral, 

b) La misma voluntad nuestra, en vez de someterse a la de Dios, tiene sus pujos de independencia; cuéstale mucho obedecer a Dios, y, aún más, a los representantes de Dios. Y, cuando ha de vencer los obstáculos que se oponen al ejercicio del bien, ¡cuán floja y cuán inconstante se muestra! ¿Cuántas veces no se deja arrastrar por el sentimiento y por las pasiones? Con vivos colores describe S. Pablo tan triste flaqueza : “Por cuanto no hago el bien que quiero, antes bien, hago el mal que no quiero… De aquí es que me com­plazco en la Ley de Dios según el hombre interior; mas echo de ver otra ley en mis miembros, la cual resiste a la ley de mi espíritu, y me sojuzga a la ley del pecado, que está en los miembros de mi cuerpo. ¡Oh, qué hombre tan infeliz soy yo! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro ” (Rom., VII, 19-25 ) 

El remedio, pues, de tan desdichado estado, es, según el testi­monio del Apóstol, la gracia de la Redención, de la que vamos ahora a decir. 

(Capitulo 1 nª 74)

 

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