No es suficiente para salvar las responsabilidades morales de este mal, decir, “no, si yo voy a lo lejos” o “a mí no me afecta jugar sólo algunas veces”. Por Monseñor Juan Ignacio González E.  Obispo de San Bernardo, Chile

 

En una comuna de la diócesis se ha hecho un cálculo de cuánto gasta una persona que juega en las máquinas electrónicas instaladas en el comercio o en casa particulares. La cifra es 70.000 pesos mensuales promedio. Genera un altísimo porcentaje de las consultas psicológicas en los servicios de salud de esa comuna. Cada máquina, deja a los dueños que las arriendan un promedio aproximado de 300.000 mensuales. Pagan por la patente municipal una pequeña cantidad y otras veces están instaladas ilegalmente. Pero nadie las controla.

 

Veo pasar unos buses por la carretera al sur, camino al casino que está en Angostura. Hay 17 en el país. No se ve cuantos van dentro, pero deben ir llenos. Y cuando por alguna razón he debido pasar cerca del casino está lleno de autos el estacionamiento. Hay hotel, restorán, etc. Toda una industria que termina explotando la debilidad humana. Recojo un comentarios en una página web chilena sobre la Ludopatía: “Soy de Concepción, desde que se instaló el casino en mi ciudad hace cuatro años, me convertí en una jugadora que prácticamente iba todos los días. Perdí millones de pesos, dinero que no tenía y por el cual me endeudé al máximo. Toque fondo y me estoy levantando, llevando a cabo las medidas preventivas (abstinencia, alejarse del lugar, no portar dinero, le confié a mi familia el problema) y entregué el formulario de autoexclusión que todos los casinos en Chile lo tienen. Lo hice por 2 años, y en este momento llevo exactamente 65 días sin juego….me siento cada día en paz, tranquila, mejorando mi autoestima y la alegría de vivir, a pesar que prácticamente todo mi sueldo lo destino a pagar deudas, pero ya lo asumí y solo quiero vivir sin juego 24 horas.

También me ha ayudado leer mucho sobre el tema, en especial ir llevando a cabo los 12 pasos de Jugadores Anónimos que son los mismos indicados para cualquier adicción”. Es un testimonio impactante de una realidad generalizada, que se calla y ante la cual la autoridad – que autoriza su instalación y controla su funcionamiento, no mide los efectos morales – tiene una gravísima responsabilidad.

 

Recordemos que fue una ley de Congreso Nacional que los autorizó. Una ley que es la causante de una patología: La ludopatía: un impulso irreprimible de jugar a juegos de casino a pesar de ser consciente de sus consecuencias y del deseo de detenerse.

Es esta una realidad más a menos nueva en Chile: personas que pierden todo o casi todo su dinero jugando en el casino o en las maquinas instaladas en nuestros barrios más sencillos, donde, por regla general, viven personas que ganan sueldos bajos. El camino que sigue una persona que cae en manos de estas “maquinas” es conocido por los estudiosos. A medida que se acumulan las deudas los afectados pueden recurrir a «soluciones» desesperadas para conseguir dinero para «recuperar» a través del juego, como pequeños hurtos, o pedir nuevos créditos para tapar las deudas más difíciles de ocultar. La existencia del hecho delictivo depende de las circunstancias facilitadoras del medio para cometerlo y de la personalidad base del afectado. Como consecuencia de la adicción, el afectado (a) puede tener depresión, ansiedad, ataques cardíacos (consecuencia del estrés), puede tener ideas suicidas por desesperación si no recibe tratamiento. Es tal es descalabro social que estas conductas compulsivas provocan que en algunos países hay autoridades públicas cuya competencias es ayudar a salir de este vicio a las personas. Es fácil prever los efectos que estas conductas provocan al interior del núcleo familiar, o en las relaciones de dos personas casadas, o que están juntas. Recriminaciones, engaños, infidelidades, caídas en el alcohol y droga siempre deudas y más deudas.

 

Como toda realidad humana tiene también un enfoque moral. Dice el Catecismo de la Iglesia: “.Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre.” Creo que la servidumbre o esclavitud de los juegos de azar ha llegado para quedarse. ¿Qué haremos? ¿Sólo lamentarnos?

 

No es suficiente para salvar las responsabilidades morales de este mal, decir, “no, si yo voy a lo lejos” o “a mí no me afecta jugar sólo algunas veces”. Es cosa de darse una vuelta por nuestras villas o ir a echar una mirada a los estacionamientos de los casinos. Se trata de un nuevo mal que va corrompiendo poco a poco la personalidad de jóvenes y adultos y que ya ha destruidos muchas familias. Tampoco lo es que la autoridad diga que parte de las ganancias quedan en la municipalidad donde están instalados. Un país que con sus propias leyes corrompe a los ciudadanos- especialmente a los más pobres – es un pobre país.

 

+Juan Ignacio González E.

Obispo de San Bernardo

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