El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe… 


San Pablo escribe a Timoteo  (I Tim 4,2-5) “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en el que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio”.

 ‘Valores no negociables’: el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.


Durante su pontificado, Benedicto XVI se refirió en ingentes ocasiones a la necesidad de que la vida pública y la vida privada del católico constituyan un todo, una amalgama coherente. En su exhortación postsinodal Sacramentum caritatis, el Pontífice lo expresa abiertamente: ‘El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe’.

Es por eso que, a continuación, enumera una serie de principios que deberían inspirar la acción de quienes – por su posición – gozan de influencia social y política. Los denomina ‘valores no negociables’: el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.

A través de su bautismo, el laicado está llamado a la santidad de vida (es decir a vivir su fe en Dios en la vida diaria). Sus responsabilidades no están limitadas a aspectos de piedad y devoción personales, sino también a la evangelización en todos los aspectos de la vida.

Una persona laica en el ámbito público tiene la responsabilidad particular de vivir su propia vocación en vistas al impacto que puede tener en la sociedad. Por ejemplo aquellos involucrados en el noble arte de la política o el derecho, frecuentemente están en posición de influir en las normas sociales y en asunto de gran importancia, trabajando en propuestas legislativas o procesos judiciales encaminados a preservar los derechos inalienables de todas las personas, derechos que se basan en la ley natural sobre la cual nuestra nación fue fundada.

Del mismo modos, hay otros laicos en el ámbito público que aunque no son funcionarios públicos elegidos o funcionarios del poder judicial, están en posición de poder influir en la sociedad y la cultura. Para estas personas, especialmente aquellas involucradas en cualquier tipo de medios masivos, una parte importante de sus responsabilidades es la de vivir su fe promoviendo el bien común en la sociedad.

Los católicos deben ser siempre respetuosos de la dignidad humana de los demás, incluyendo a las personas de diferente credo, o sin credo alguno. Habiendo dejado esto claro, sin embargo, los católicos no deben temer abrazar su propia identidad ni practicar su fe en la vida pública. De hecho, todo fiel recibe un llamado a evangelizar y compartir la buena nueva de Cristo con el resto del mundo.

Hay multitud de maneras a través de las cuales los católicos pueden servir a la Iglesia a través de su aporte en la vida pública. Según cada circunstancia, los católicos están especialmente llamados a contribuir al bien común, a defender la dignidad de todo ser humano, y a vivir como fieles ciudadanos.

En este sentido, el resultado final de lo que suceda está siempre en manos de Dios. El hecho es importante recordarlo cuando un católico se encuentra en una posición de clara minoría e imposibilitado de llevar a cabo el resultado deseable. Es en estas aparentemente desesperanzadoras circunstancias, en las que los católicos ofrecen un testimonio de fidelidad en la vida pública, que Dios frecuentemente utiliza para tocar los corazones y mentes de manera no siempre visible a simple vista.

Es bueno recordar las palabras del Papa Benedicto XVI (Deus Charitas est, #35) “A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo óalgo siempre necesarioó en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor”.

La separación de Iglesia y Estado es frecuentemente utilizada como excusa para acallar a las personas de fe y desanimarlas a participar legítimamente en el espacio público. Toda Constitución debe tener como objetivo el permitir a toda persona tener voz en el gobierno, incluyendo a aquellos cuya voz es distintivamente religiosa.

No sería lícito  que alguna Constitución  impida a la persona manifestar su fe en el espacio público o defender sus principios e ideales, en la construcción de una sociedad.

Hay ocasiones en las que la intervención de la Iglesia en cuestiones sociales es necesaria. Tal como enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (#510), “La Iglesia interviene emitiendo un juicio moral en materia económica y social, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona, el bien común o la salvación de las almas”.

En tanto que los Católicos están llamados a manifestar su fe y visión religiosa en el espacio público, están también llamados a respetar la libertad religiosa y civil de todos los pueblos. De hecho, la Iglesia siente profundo respeto hacia los gobiernos seculares que asumen esta protección a personas de cualquier credo, lo mismo que a aquellos sin fe religiosa alguna.

En realidad, la Iglesia no impone su doctrina a los demás en el espacio público. Por ejemplo, no existe cualquier tipo de esfuerzo por parte de la Iglesia para obligar al público a asistir a la misa dominical ni a la recepción de los sacramentos. Sin embargo, la Iglesia experimenta una legítima preocupación respecto a los muchos asuntos de importancia social y coloca su punto de vista a fin de proponer soluciones significativas que promuevan el bien común.

Algunos católicos y otros creyentes se han visto atemorizados hasta el silencio y hasta confundidos por acusaciones de que están imponiendo su moralidad a los demás. Se argumenta que la fe de una persona no debe tener impacto alguno sobre su vida pública.. Esto conlleva al infame síndrome del “Soy católico pero…”! Ciertamente, si la fe personal no impacta en la totalidad de la propia vida, incluyendo las responsabilidades políticas y sociales personales, entonces no se puede hablar de una fe auténtica; sería una impostura, una falsificación.

Una sociedad democrática necesita la participación activa de todos sus ciudadanos, incluyendo al pueblo creyente. El pueblo creyente, el pueblo de fe, se conecta con la realidad en base a aquello en lo que cree, tal como los ateos abrazan asuntos en base a lo que tienen como preciado: luchan por aquello que creen correcto y se oponen a lo que consideran equivocado. Esto no es una imposición sobre la moralidad del otro. Se trata de actuar con integridad. Mas aún, las personas de fe genuina fortalecen todo el tejido moral de un país. El compromiso activo de los católicos en los procesos democráticos es bueno para la sociedad y para su ciudadanía responsable.

La iniquidad o los delitos cometidos por clérigos o fieles de la Iglesia no es una argumentación válida para silenciar la defensa y promoción de los principios cristianos, ya que, generalmente, es la carencia de esos principios, en la base de las personas, lo que genera los espacios negativos y facilita las conductas delictivas que deben ser combatidas, fortaleciendo los cimientos y procurando fuertemente para una coherencia de vida, un desarrollo integral de la familia y una santidad comprobada del personal apostólico.

Si se supone que los católicos deben vivir su fe en todas las actividades cotidianas de su vida, es lógico que también lleven en cuenta esa misma fe en el momento de votar. Como se percibe en la enseñanza del Vaticano II, “recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común”. (Gaudium et Spes, #75)

Al prepararse para votar, los católicos necesitan comprender su fe de modo que sus conciencias estén propiamente formadas. Además de esta formación, es importante investigar todos los asuntos importantes y los candidatos que se presentan a la elección. Solo luego de suficiente preparación y oración, es que el católico está plenamente hábil para ejercitar sus responsabilidades como buen ciudadano y emitir un voto significativo.


«Ciertamente, si la fe personal no impacta en la totalidad de la propia vida, incluyendo las responsabilidades políticas y sociales personales, entonces no se puede hablar de una fe auténtica; sería una impostura, una falsificación.»

En el año 2003, La Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó un documento titulado “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la ta de los católicos en la vida política” que señala la existencia de asuntos políticos en los cuales los Católicos pueden estar en desacuerdo. Hay, sin duda, asuntos sobre los cuales los católicos pueden legítimamente discordar, como los mejores métodos para alcanzar una reforma del bienestar o el referido a la inmigración ilegal.

Sin embargo, hay otro tipo de asuntos que son intrínsecamente malos y nunca podrán ser legítimamente apoyados. Por ejemplo, los católicos nunca deberán promover legítimamente o votar a favor de ley alguna que ataque vidas humanas inocentes

Antes de seguir nuestra conciencia, debemos formarla de acuerdo con la voz de Dios. Nuestra conciencia no es el origen de la verdad. La Verdad se encuentra fuera de nosotros; existe independientemente de nosotros y debe ser descubierta a través del constante esfuerzo de la mente y el corazón. No es una tarea fácil para quienes sufrimos los efectos y consecuencias del pecado original, por lo que debemos enfrentarnos siempre a las tentaciones continuas del demonio. La conciencia recibe la verdad revelada por Dios y discierne como aplicarla a las circunstancias concretas.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña (#1783) “Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas”.

Como vemos, formar bien la propia conciencia y seguirla con integridad no es tarea fácil, puesto que la conciencia personal no puede inventar lo que es cierto y lo que es bueno. Los debe buscar mas allá de sí misma. Al actuar correctamente, descubrimos la verdad por gracia del Espíritu Santo y la ayuda de la Palabra de Dios que se nos alcanza por intermedio de la Iglesia. Por ello, cuando sometemos nuestra conciencia a esta verdad objetiva, actuamos de manera correcta y crecemos hacia la madurez en Cristo.

La Iglesia Católica está activamente insertada en una amplia variedad de asuntos de política pública de importancia, incluyendo inmigración, educación, vivienda, salud y bienestar, por nombrar algunos cuantos. En cada uno de ellos debemos hacer lo máximo a nuestro alcance por estar informados y por apoyar las soluciones propuestas que nos parezcan las más adecuadas y eficaces. Sin embargo, si se trata de ataques directos a la vida humana inocente, ni siquiera el hecho de estar correctos en todos los otros temas, justificaría una elección errada en este gravísimo asunto.

Según escribió el Papa Juan Pablo II, “se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y frontal, condición de todos los otros derechos de la persona”. (Christifideles Laici, #38)

Hay varios temas que son “no negociables” para los católicos insertos en la vida política, pues envuelven asuntos intrínsecamente malos. En un discurso a los políticos europeos el 30 de marzo de 2006, el Papa Benedicto XVI afirmó: “Por lo que atañe a la Iglesia católica, lo que pretende principalmente con sus intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a principios que no son negociables. Entre estos, hoy pueden destacarse los siguientes:

•protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural;

•reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irreemplazable papel social;

•protección del derecho de los padres a educar a sus hijos.

Los temas mencionados por el Papa Emérito Benedicto XVI, son todos “no negociables” y son algunos de los mas contemporáneos en la arena política. Debo notar, sin embargo, que otros temas, aún cuando no sean intrínsecamente malos, merecen ser considerados con mucha oración, temas como la guerra justa y la pena de muerte, asuntos relativos a la pobreza y otros relacionados a la inmigración ilegal.

Nadie que sea conciente de haber cometido un pecado grave debe recibir la Santa Comunión. Porque la eucaristía es el verdadero Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro don más precioso en la Iglesia. Y como nos advierte San Pablo (I Cor 11,27-29): “Todo aquel que come o bebe del cáliz del Señor de manera indigna, será reo del Cuerpo y Sangre del Señor. Examínese pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo”.

Todos los católicos deben examinar sus conciencias, y abstenerse de recibir la Santa Comunión si no se encuentran viviendo en estado de gracia. Un político católico que al momento de hacerlo, sea abiertamente “pro-aborto” o abortista y persiste obstinadamente en contradicción a nuestra fe, se convierte en fuente de escándalo. En estos y otros caos similares, las medidas mas allá de la persuasión moral, necesitan ser asumidas por aquellos que ejercen el liderazgo en la Iglesia. Como afirma el Señor en el libro del Levítico 19,16) “no permanezcas ocioso cuando la vida de tu vecino esté en peligro”.

Si un político apoya activamente y promueve la expansión de la cultura de muerte, no solo está causando escándalo; está pecando. De manera similar, cuando un político realiza actos (como el de votar) por liberar el aborto o promueve el aborto, o manda la distribución de anticonceptivos por parte de las farmacias y otros, ese político está cooperando materialmente con el pecado grave. Cuando esto ocurre, el político tal no puede recibir la comunión sin acudir previamente al Sacramento de la Reconciliación y hacer una buena confesión. Una buena confesión requiere del dolor por tal pecado y un firme propósito de enmienda. Siendo que el daño hecho sería de naturaleza pública, la enmienda deberá también serlo.

Las altas metas a las que los católicos (y todos los cristianos) están llamados vienen de Cristo. Las encontramos en las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, cuando Jesús dice (Jn 14,15) “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. También al señalar (Mc 8, 34-36) “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo tome su cruz, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?”

Encontramos también en las Escrituras exhortaciones como aquellas de San Pablo a Timoteo en las que escribe (I Tim 4,2-5) “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en el que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio”.

Existen casos en los que los católicos en la vida pública sirven con gran valentía y distinción. Miden las cosas según las altas metas establecidas por Cristo. Hay lamentablemente otros, que obstinadamente persisten manifiestamente en pecado grave, en los que el riesgo de escándalo es inmenso. En asuntos como el aborto, por ejemplo, se trata del asesinato de una vida totalmente inocente, y son por lo tanto malas nuevas tanto para los bebés no nacidos como para sus madres. Es un error horroroso. Es algo intrínsecamente malo.

Tenemos seria obligación de proteger la vida humana, y especialmente las vidas de los mas inocentes y vulnerables entre nosotros. Quien se omita de hacerlo, cuando por el contrario está en condición de protegerla, comete serio pecado de omisión. Colocan en peligro su propio bienestar espiritual y se tornan en fuente de escándalo para los demás. Si en caso fuesen católicos, no deberían recibir la Santa Comunión.

La Iglesia nunca toma partido ni endosa candidatos políticos. Sin embargo, la Iglesia alienta a los laicos a integrar partidos políticos con el objetivo de dedicarse a promover el bien común.

En este sentido, la educación política y civil se recomienda como muy necesaria para que todos los ciudadanos sean capaces de hacer su parte en asuntos políticos. (cf. Gaudium et Spes, #75)

Los Obispos y Sacerdotes no deben participar en la administración pública del gobierno. Sin embargo, poseen el derecho, y en algunos casos la obligación, de manifestarse en asuntos políticos, sociales o culturales que impacten contra la Iglesia o el bien común.

En su Encíclica Deus Caritas Est (#28), el Papa Benedicto XVI afirma: “no es tarea de la Iglesia el que ella misma haga valer políticamente esta doctrina: quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella, aun cuando esto estuviera en contraste con situaciones de intereses personales”.

El Santo Padre continua (ibid): “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar”.

Mientras que los Obispos y los Sacerdotes pueden manifestarse apropiadamente sobre asuntos importantes, el laicado puede intervenir en un grado muchísimo mayor. A diferencia de los miembros del clero, el laicado, de hecho, está llamado a desempeñar un papel en todas las áreas que envuelve la política, incluyendo política de partido y la administración gubernamental.

Los miembros del laicado no presentan en general restricciones para asumir oficios elegibles o para encargarse de asuntos de estado, mientras que los miembros del clero están generalmente prohibidos de asumir tales cargos y posiciones.

Es mucho lo que pueden hacer los católicos para incentivar la justicia social. Parte significativa del incentivar la justicia es el preocuparse por la dignidad humana de toda persona – especialmente los pobres, marginados o vulnerables. Una preocupación por la justicia debe tener en mente siempre el perdón y la misericordia de Cristo.

La Promoción de la justicia se puede encontrar en muchas agencias de la Iglesia, incluyendo aquellas que sirven a los sin hogar, inmigrantes, prisioneros, discapacitados y los ancianos, por nombrar algunos cuantos. Los católicos deben preocuparse siempre por la justicia y sentirse alentados a promoverla no solo en el espacio público, sino en esfuerzos voluntarios en sus vidas cotidianas.

En virtud de su trabajo, los católicos que son responsables de empresas tienen responsabilidades específicas tanto para con sus trabajadores como para la sociedad en general. La enseñanza social católica los apoya en el derecho a la iniciativa privada a la vez que les recuerda el deber de respetar la dignidad humana de sus trabajadores.

En efecto, toda empresa tiene el deber de respetar la dignidad humana de sus trabajadores y de tratarlos con justicia. Aunque es cierto que la razón primaria de una empresa es la creación de ganancias, sería errado que ésta se concentrara exclusiva o excesivamente en la maximización de la ganancia sin la suficiente preocupación por el bienestar de los trabajadores y de la comunidad a la que sirve.

Es importante destacar que los católicos influyentes en el mundo de los negocios, como todos los demás, tienen la obligación de compartir su tiempo, talento, y bienes. Las personas con muchos medios están en una posición privilegiada para asistir grandemente tanto a la Iglesia como a la sociedad a través de la participación en diversas iniciativas, sean filantrópicas, caritativas, educativas e incluso políticas que respeten la vida y promuevan el bien común.

Los católicos pueden contribuir con una “cultura de vida” de la misma manera que pueden hacerlo promoviendo la justicia, la paz y la dignidad humana. Hay una inmensa cantidad de oportunidades de voluntariado para ayudar en centros para embarazadas en crisis, hospicios, asilos de ancianos y muchas otras instituciones afines.

Además, los católicos están llamados a defender y trabajar por una “cultura de vida” convirtiéndola en un asunto de constante importancia en el debate político y en el espacio público.

Finalmente, la oración es el medio primordial para promover e incentivar una “cultura de vida”. Así como la oración personal diaria es siempre importante, el reunirse en oración pública puede dar un conmovedor testimonio al resto de la sociedad.

Hay diversos medios que los católicos pueden emplear legítimamente para manifestar sus convicciones respecto a asuntos del espacio público. Aquellos católicos elegidos como funcionarios, por ejemplo, están en una situación privilegiada para manifestar su oposición en asuntos de política pública que sean intrínsecamente malos.

Debido a la democracia que vivimos, aún aquellos que no están insertos directamente en la vida política, tienen oportunidad y responsabilidad de expresar sus opiniones sobre diversos asuntos y votar en las elecciones.

El acto de votar sea un importante medio de expresar convicciones respecto a diversos asuntos, sin embargo, los católicos no necesitan esperar a que haya elecciones para expresar sus puntos de vista. Cartas a los editores, eventos públicos organizados, y la comunicación con funcionarios electos son también buenos ejemplos de modos de expresión de puntos de vista y de suscitar posibles cambios en el espacio público.

Lamentablemente, la discriminación contra las personas de fe y los creyentes, especialmente contra los católicos, es un problema real. Un católico cabal presente en la vida pública, enfrentará casi por seguro, discriminación injusta y prejuicios. Hay muchos ejemplos de mala y desfavorable representación de la fe católica e inclusive de verdadera hostilidad contra personas de cualquier credo.

Aun cuando se han dado grandes avances en la protección de los derechos civiles en nuestro país, permanece sin embargo una fuerte tendencia contra las personas de fe en sectores significativos de los medios de comunicación y en ciertos segmentos de nuestra sociedad.

Sin embargo, es nuestro deber insertarnos en la cultura, no huir de ella. Debemos colocar nuestra confianza en el Señor y saber que cumpliendo su voluntad y hablando la verdad en el amor, Dios hará que todo se encamine al bien. Es también obligación de los fieles católicos apoyar tanto con nuestras acciones como con nuestra oración a la gente valiente que realiza todo esto.

Existe un gran número de candidatos y políticos en nuestro país que se llaman a sí mismos católicos. Lamentablemente, sin embargo, algunos de ellos son una vergüenza para la Iglesia y un escándalo para los demás a raíz del apoyo que le brindan a temas que son intrínsecamente malos.

Un candidato que es auténticamente católico es alguien que siempre defiende la dignidad de cada persona humana y que pone el bienestar del bien común sobre los intereses partidarios o personales. Su vida personal y pública está formada por su fe en Jesucristo y sus enseñanzas. Tal candidato puede pertenecer a cualquier partido político, pero nunca respaldará asuntos que son intrínsecamente malos como el aborto, la eutanasia, la investigación con células estaminales embrionales, la clonación humana o el “matrimonio” homosexual.

Los asuntos de inmigración son extraordinariamente complejos y no se prestan a respuestas o soluciones fáciles. Sin embargo, existen ciertos principios de la enseñanza católica que son relevantes para confrontar estos asuntos.

La Iglesia claramente reconoce el derecho del estado a controlar sus fronteras.. Al mismo tiempo, tal como señaló el Papa Juan Pablo II, “la Iglesia en América debe ser abogada vigilante que proteja, contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a moverse libremente dentro de su propia nación y de una nación a otra. Hay que estar atentos a los derechos de los emigrantes y de sus familias, y al respeto de su dignidad humana, también en los casos de inmigraciones no legales.” (Ecclesia in America, 65)

Mientras nuestro país trata de resolver estos asunto complejos, el progreso sólo será posible si lo buscamos mediante un diálogo transparente y amable y respetando la dignidad humana de todos. Hacemos bien en recordar las palabras del Papa Benedicto XVI a los obispos de Estados Unidos (16 de Abril de 2008), “quiero animarlos a ustedes y sus comunidades a seguir acogiendo a los inmigrantes que se unen a ustedes en la actualidad, a compartir su alegrías y esperanzas, a apoyarlos en sus penas y pruebas, y a ayudarlos a florecer en su nuevo hogar. Esto, en efecto, es lo que sus compatriotas han hecho durante generaciones. Desde el inicio, abrieron la puerta a los fatigados, los pobres, ‘las masas oprimidas ansiosas por respirar en libertad’ (Soneto inscrito en la Estatua de la Libertad). Estas son las personas que América ha hecho suyas.”

Los funcionarios electos deben dejar que su fe oriente todas sus actividades, incluidos los asuntos públicos. Al vivir abiertamente su fe, deben mostrar el debido respeto por las libertades civiles de toda persona, inclusive de aquellos de otro credo, o de credo ninguno.

Debe ser señalado, sin embargo, que algunas veces los políticos católicos erradamente piden abandonar su fe por causa de su obligación a respetar a aquellos de diferente opinión, o para honrar alguna obligación inherente a sus funciones. Estos pedidos se dan probablemente con mayor frecuencia cuando los políticos católicos dicen estar personalmente en oposición al asesinato de inocentes niños no nacidos.

Increíblemente, son políticos de este tipo quienes juzgan inapropiado apoyar legislaciones que protejan la vida humana, pues consideran que al hacerlo estarían imponiendo su propia fe sobre la de los demás o en todo caso, que estarían violando el compromiso propio de sus funciones. Son reclamos ridículos. Proteger la vida humana no es apenas un imperativo religioso, sino un imperativo humano, y un imperativo propio de toda y cada persona.

Los fieles tienen todo el derecho de manifestar sus creencias en el espacio público como cualquier otra persona. De hecho, los funcionarios católicos elegidos deben manifestar su fe al tiempo de promover el bienestar de todos, incluyendo la protección de la vida humana inocente.


Fuentes:

Julio Llorente

 Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix