En esta tierra el amor y el dolor van muy juntos. S. Juan de la Cruz nos decía: «quien no sabe de penas no sabe de amores». Y es por esto que Cristo en el Sermón de la Montaña nos dio una tercera bienaventuranza.

 

«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados»

(Mt. 5,5,)

Por Madre Adela Galindo

El dolor, si no eleva y sublima, abate y aplasta. Por eso no todo dolor y llanto es bienaventurado.

Las lágrimas que Jesús proclama bienaventuradas son las que de alguna manera se refieren al reino de Dios y se contraponen al reino del mundo. «Vosotros llorareis y gemiréis, y el mundo se alegrará» (Jn 16,20)

¿Cuales son las lágrimas bienaventuradas?

Los que lloran las propias caídas o los pecados del mundo; los que aceptan las penas como medio de purificación de sus pecados; los que se imponen penitencias para formar su alma en el dolor; los que sufren persecución y dolores por causa del reino de Dios y de su extensión; los que pasan sequedades, tribulaciones con paz; los que gimen por el amor de Dios y por el cielo; todos estos son los que derraman lágrimas que, en sentido evangélico, pueden llamarse bienaventuradas y por lo tanto recibirán divina consolación.

La Virgen Maria sufrió muchas penas y dolores. Simeón le anuncia que ¨»una espada traspasaría su corazón» (Lc 2, 35). Y los cuatro evangelistas nos narran acontecimientos que no podían menos de causar un profundo dolor en María.
El libro del Apocalipsis, nos describe a la «Mujer vestida de sol, con la luna a sus pies y coronada con una corona de doce estrellas…y nos dice que «gritaba con dolores de parto» (Ap 12,1_2). Estos dolores son los que le produjo el parto sobrenatural de la Iglesia y de los miembros del cuerpo místico de su Hijo. El parto donde María nos recibe a todos como hijos, ocurrió al pie de la cruz de su Amado Hijo Jesús. Y María, seguirá sufriendo dolores de parto hasta que su Hijo no haya nacido en todos los corazones de los hombres.
Sabemos que Cristo lloró al predecir la ruina de Jerusalén (Lc 19,41) y que también, derramó lágrimas ante el dolor de Marta y María por la muerte de Lázaro (Jn 11,35). De la Stma. Virgen María, los evangelios no nos lo dice de forma explícita, pero al narrarnos situaciones dolorosas en las que ella participó plenamente en su misión de asociada a la obra redentora, o sea, como corredentora, debemos concluir que si Ella realmente sufrió, debió entonces haber llorado, derramado muchas lágrimas de sus ojos tan puros.

 

Llorar no es imperfección cuando el motivo del llanto es santo. Llorar no es efecto de debilidad, sino de fina sensibilidad. Llorar a impulsos del amor divino es un don de Dios, don que solo a grandes almas se concede.
San Francisco de Asís, lloraba tanto por sus pecados, que cuando uno visita la Basílica de Santa María de los Angeles, en donde se encuentra la Porciúncula y otros lugares cruciales para la vida del santo, encontramos una cueva que se llama ¨la capilla de las lágrimas¨. Esta capilla es la cueva donde San Francisco muchas veces lloró al contemplarse tan pecador ante la santidad de Dios.

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