Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social
En su estadía en Benín, África, el año 2011, después de visitar privadamente la tumba del Card. Bernardin Gantin, en el Seminario Saint Gall de Ouidah, el Papa  Benedicto XVI hizo una homilía refiriéndose al valor del sacerdocio.
 
“Doy gracias a Dios por vuestro celo, no obstante las condiciones a veces difíciles en las que estáis llamados a testimoniar su amor”, les dijo el Papa, recordando la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus. En ella se aborda el tema de la paz, la justicia y la reconciliación. Estos tres valores se imponen como un ideal evangélico fundamental en la vida bautismal y requieren una sana aceptación de vuestra identidad de sacerdotes, consagrados y fieles laicos.
Claramente, el Santo Padre establece un verdadero programa de vida y el más sublime, necesario, urgente y preciso plan pastoral, en el que debe centrarse la actividad eclesial, y que nunca debe ser suplantado por parámetros diversos, que de diversos agentes, se intentan impulsar reiteradamente:

«Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular.»


«En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona.»

El Santo Padre insiste. Desde un escenario en que, por la adversidad, la promoción humana podría impulsarse desde una antropología positivista e inmanente, con convicción sobrenatural y sabiduría autenticamente pastoral, el Papa se dirige a quienes son llamados a ser «alter christus»:

«Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación».

A los religiosos y religiosas, el Santo Padre les dijo que «la vida consagrada es un seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a un amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes».

No son los medios más atractivos de las corrientes ideológicas, ni las metodologías empíricas, ni las seudo-toelogías de moda. Son los principios trascendentes del Evangelio y la esencia de la vida cristiana (tantas veces postergadas por las modas pastoralistas) las que el Vicario de Cristo vuelve a proclamar:

«Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad».

Al concluir su reflexión a los religiosos, el Papa dijo que «llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo, y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo. Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad».

A los seminaristas Benedicto XVI exhortó a ponerse «en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social».

«La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana –si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación– debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo».

«Después de 60 años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales», afirmó.

Dirigiéndose luego a los laicos, el Papa Benedicto XVI dijo que «en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, los exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación».

«Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas ‘iglesias domésticas’».

El Santo Padre recalcó que «gracias a la fuerza de la oración, ‘se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más’. Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad».

«En este sentido -concluyó- los animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales».

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