EL Corazón de Jesús y la Adoración Eucarística

La Devoción al Corazón de Jesús es una de las devociones abrazadas oficialmente por la Iglesia, manifestada no solo en la integración y promoción de la Fiesta litúrgica, lo que es una de los modos teológicos en las que la Iglesia aprueba y abraza un misterio, un aspecto o una verdad de la fe y la piedad del pueblo cristiano, sino porque lo confirma y fundamenta en las diversas encíclicas y documentos del Magisterio Eclesial.

La Escritura, la tradición del Antiguo Testamento ya tenía asumido que el conocimiento divino, se extendía más allá y también profundamente sobre la realidad de la naturaleza humana, no solo en cuanto conocimiento divino, sino que asumiendo la plenitud del amor divino por su pueblo, por la humanidad, era capaz de abrazar misteriosamente la fragilidad, precariedad y dolor de la humanidad, del pueblo de Dios.


Lc 1, 68-79

68Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

69suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

70según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas.

71Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

72realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

73y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

74Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

75le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.

76Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

77anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

78Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

79para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.


Esta afirmación del Espiritu Santo en Zacarías, de la “entrañable misericordia”, hace notar que el concepto bíblico de os fieles hebreos, del resto de ISrael, comprendía de lo que era capaz Yahve por su pueblo.: “de abrazar un amor entrañable, un dolor entrañable, una pasión entrañable”, de entrañas, de carne y corazón.  

Primera revelación El 27 de diciembre de 1673, día de San Juan el Apóstol, Margarita María, que tenía solo 14 meses de profesa y 26 años de edad, estaba como de costumbre arrodillada ante el Señor en el Santísimo Sacramento expuesto en la capilla. Era el momento de la primera gran revelación del Señor. Ella lo cuenta así: «Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda penetrada por Su divina presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado. El me dijo: «Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en el las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo  los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía.»

«Luego,» continúa Margarita, «me pidió el corazón, el cual yo le suplicaba tomara y lo cual hizo, poniéndome entonces en el suyo adorable, desde el cual me lo hizo ver como un pequeño átomo que se consumía en el horno encendido del suyo, de donde lo sacó como llama encendida en forma de corazón, poniéndolo a continuación en el lugar de donde lo había tomado, diciéndome al propio tiempo: «He ahí, mi bien amada, una preciosa prenda de mi amor, que encierra en tu costado una chispa de sus mas vivas llamas, para que te sirva de corazón y te consumas hasta el último instante y cuyo ardor no se extinguirá ni enfriará. De tal forma te marcaré con la Sangre de mi Cruz, que te reportará más humillaciones que consuelos. Y como prueba de que la gracia que te acabo de conceder no es nada imaginario, aunque he cerrado la llaga de tu costado, te quedará para siempre su dolor y, si hasta el presente solo has tomado el nombre de esclava mía, ahora te doy el de discípula muy amada de mi Sagrado Corazón.»

Después de este favor tan grande, Margarita quedó por muchos días como abrasada toda y embriagada y tan fuera de si que podía hablar y comer solamente haciéndose una gran violencia. Ni siquiera podía compartir lo sucedido con su superiora lo cual tenia gran deseo de hacer. Tampoco podía dormir, pues la llaga, cuyo dolor le era tan grato, engendraba en ella tan vivos ardores, que la consumía y la abrasaba toda. A partir de la primera revelación, Margarita sufriría todos los primeros viernes de mes una reproducción de la misteriosa llaga del costado, cosa que le sucedería hasta su muerte. Estos eran los momentos particularmente elegidos por el Señor para manifestarle lo que quería de ella y para descubrirle los secretos de su amable Corazón. Entre estas visitas le decía el Señor, «Busco una víctima para mi Corazón, que quiera sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de mis designios.» En su gran humildad, Margarita le presentó varias almas que, según ella corresponderían más fielmente. Pero el Señor le respondió que era ella a quien había escogido. Esto no era sino ocasión de confusión para Margarita pues su temor era que llegasen a atribuir a ella las gracias que del Señor recibía.

Es importante decir que el interior del ser humano, facultado de unas potencia espirituales singulares, que son la racionalidad, es decir la inteligencia y la voluntad con el acto majestuoso de la libertad, podrían perfectamente sumergirse en la magnificencia de la verdad y la bondad que se encuentra en la Revelación de Dios a la humanidad, escrita y oral, que se encuentra en la Sagrada Escritura y la Tradición, y que podemos profundizar con el impulso del Espíritu Santo por medio del gesto Pastoral del Magisterio ejercido por el Papa y los Obispos en comunión con Él, al que nos adherimos por un impulso que ejerce el mismo Espiritu Santo en nuestras almas por su acción y don que enciende en nuestra alma por medio de la gracia que recibimos en los sacramentos y se fortalece y crece por medio de la oración, la penitencia  y las obras de misericordia.

  Es decir, si no estuviera la barrera del pecado con tanto arraigo en nuestra experiencia de vida y en nuestra historia, es probable que batracia un solo versículo o un solo cántico, para inundar nuestra mente y corazón del foso de Dios, del resplandor de la bienaventuranza y de la alegría Pascual, sin limite y barrera.


Grande es el amor de Dios, que insiste una y otra vez en nuestras vidas, y nos pone los medios humanos, como instrumentos de sanción y redención. Y ha dejado en el cenáculo de vida y santidad que es la familia, la patria potestad o autoridad paternal, para que nuestros padres, cual médico o enfermera, nos procuren el remedio para la enfermedad de la dureza del corazón, que las pequeñas vanidades y susceptibilidades van procurando, como lepra en carne inocente y temperamento frágil. Así por el santo y templado ejercicio de la autoridad, los padres procuran para el corazón humano, de los hijos, tan vulnerable siempre, la contención saludable de la Eucaristía, que aunque no sea amargo como jarabe y doloroso como Jeringa, va derramando en las potencias de la persona humana el fragancia de los hijos de Dios, la sabia del árbol de la vida, el ungüento sanador de la gracia santificante.


“El camino de la perfección cristiana, la Cristificación, configuración con Cristo, la vida purgativa, iluminativa y unitiva. Pero todo esto encuentra su síntesis, como don, en el misterio y don de los Sagrados Corazones.

De la Ascética y la Mística…

En este orden, en vista de una mayor disposición, como un auxilio para mejor comprender y vivir lo que, por los efectos del pecado, la tibieza de nuestras almas y las complejas circunstancias que se enfrenten, no podemos ver, ni vivir, (ya que  estamos como aletargados y enceguecidos…), el Señor dispone de  gracias carismáticas que, aunque no santifican a quien las recibe, si esta ordenado a colaborar provechosamente, según la intensidad que el Señor da, en cada jornada, al pueblo fiel y todas  las almas de buena voluntad.   (Según san Mateo 20, 1-16, la parábola de los viñadores)

Por eso, en vista a su causa y finalidad, completamente vinculada  con el plan redentor, procurando disponer lo que por los medios ordinarios no se ha dispuesto, concede el Señor estas gracias y dones, para auxiliar y procurar  la santificación de las almas.

Sin embargo, muchas veces para estas almas delicadamente escogidas y conducidas, esta realidad mística, como es el caso de una Revelación o visión, constituye también la cumbre de un camino de Cruz, muerte y resurrección espiritual. El padecimiento de los estigmas para el Padre Pío, o las Apariciones de Lourdes para  Santa Bernardita fueron primordiales en el padecimiento y configuración con Cristo.”  (Presentación Autobiografía Santa Margarita María)

Es importante entonces afirmarlo. Existen importantes trabajos sobre la Espiritualidad del Sagrado Corazón, y es tan recomendado conocerlos, para conocerla y ponderarla, pero otra cosa es comprenderla, vivirla y gozarla. Esto es solo don divino, que como regalo se acoge solo en la humildad pero se puede perder en la suficiencia y la soberbia.

   Bastaría el dato revelado y el camino ordinario, para la salvación, pero avece se nos hace necesario el auxilio que disipe nuestra tibieza, inflame el corazón de fervor y la caridad, y nos otorgue la paz y la confianza en el amor de Dios.

Pero el Corazón de Jesús nos hace despertar de la ceguera que nos impide recordar y reconocer la verdad, de que por el misterio de la Encarnación, Dios, tiene un corazón humano, y que hay un corazón en todo semejante al nuestro, pero menos en el pecado, y que es el corazón de Dios. Un órgano vital, que impulsa sangre y vida, que percibe física y sicológicamente, y que se conmueve y se expande de gozo o se retrae herido y agónico, se sorprende por la falta de Fe.

Pero la plenitud de los tiempos queda traspasada por esta realidad y novedad histórica, real en el tiempo y la eternidad.

Lo que jamas espero y quiso en príncipe de las tinieblas: que Dios amara y llamara Hijo a un hombre, a un corazón humano, que es el Corazón de Dios y que un Corazón humano, (que el mismo mentiroso procuró despreciaran el amor paternal de Dios) un corazón de carne, que  con amor filial y humilde, llama Padre a Dios, y fuera ese corazón el corazón del mismo Dios.

Hay un  triple amor que estructura el corazón del Hombre-Dios y corresponde a la triple finalidad de su ser teándrico. El vino para que los hombres se salven amándole; para su propia gloria que no es más que la irradiación de su amor; alabanza de la gloria del Padre, que es Amor (Jn 14, 21; Ef I, 6. 12; I Jn 4,8).

El mundo se ordena al corazón herido de Cristo redentor, Hijo bien amado que se insertó en la humanidad para gloria del Amor paterno. De este modo se presenta la primacía ontológica absoluta del Verbo divina hecho corazón humano.

Existiendo para amar a sus hermanos, y sobre todo para ser amado por ellos, el corazón del Cordero de Dios, ofrece al Padre este doble amor, y ama de este modo a su Padre con un amor creado de valor infinito, puesto que lo asume su amor increado del Hijo único y eterno.

Este doble amor infuso, sensible y volitivo, creado, y asumido por el Amor increado del Hijo único, ofrece sin cesar al Padre, fuente última de todo amor, la dilección divinizada de sus hermanos en humanidad, a la que confiere de este modo un valor, en cierto sentido infinito. Todas las caridades creadas, todo el amor vertido por el Espíritu del Hijo en los corazones de los hombres en el curso de toda la historia humana, son asumidos con esta historia universal por el Hijo único y bienamado, y ofrecidas por El al Padre en unión de su triple amor teándrico, lo que explica su inefable e incomparable valor.

El corazón traspasado y glorificado del Redentor aparece, pues, ineluctablemente como la llave de la historia universal, que es, ante todo y sobre todo, la historia de la caridad. El corazón del Mediador es el alfa y la omega del universo, decía San Máximo Confesor.

Dentro de la misma realidad de la Encarnación, se vislumbra este horizonte aplastante de las realidades de las tinieblas. Este Corazón Divino y Humano,  abraza una humanidad con su Espíritu que trasciende su propio horizonte personal y que injerta en su cuerpo místico a los redimidos con su sangre, para que con el impulso de su Corazón, amén, supliquen y adoren a Dios y le digan con propiedad: “Abba”, Padre, y lo digan todos y cada uno con la razón, con la voluntad y con la sensibilidad de cada uno de sus corazones.

El siervo de Dios. S.S. Pio XII, en la encíclica Hauretis Aqua, manifiesta con claridad que el Vicario de Cristo vibra con los latidos del Corazón de Jesús, en los que se manifiesta su «triple amor»: amor divino, humano espiritual y humano sensible. Afirma la gozosa necesidad de darle culto, pues ese Corazón sagrado, «al ser tan íntimo participante de la vida del Verbo Encarnado… es el símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a nuestro Salvador» a dar su sangre por nosotros. Nosotros hemos de adorar el Corazón de Jesús, porque es «el símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inagotable que nuestro Divino Redentor siente aun hoy hacia el género humano». Queda claro, por todo ello, que necesariamente el culto al Corazón de Cristo «termina en la persona misma del Verbo Encarnado».

Apoyándose en las consideraciones expuestas, el papa define con toda precisión teológica el sentido exacto del culto al Corazón de Cristo, que «se identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pecadores».

Por eso mismo, «el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la religión cristiana”, y ha de considerarse «la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de la caridad divina».

Esta encíclica vincula profundamente el culto al Corazón de Jesús y el culto a la Eucaristía, aspecto en el que también Pablo VI insistirá en su carta apostólica Investigabiles divitias . 

Es un camino de reparación por la ingratitud e indiferencia, fruto del pecado y la soberbia que hiere profundamente la bondad de Dios, que hiere mortalmente al ser humano.

El Corazón de Jesús pide amor y reparación, especialmente, a las almas que les son más cercanas.

Caminando por la vía del amor: “caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de fragante y suave olor” (Ef. 5, 1-2).

Reparando por nuestra frialdad en el amor y por los que viven en pecado: “Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios” no viviendo según los criterios de este mundo, sino según la voluntad de Dios (Cf. Rom. 12, 1-3).

Fue precisamente el Corazón de Jesús que pidió la Hora Santa a Santa Margarita María.

La devoción de la HORA SANTA, pedida por Jesús a Santa Margarita María, tuvo su origen en la oración que Jesús hizo en Getsemaní, la víspera de su muerte en la noche del Jueves al Viernes Santo.

Consiste en pasar una hora entera en oración, de las once a las doce de la noche de ese dÌa todas las semanas. Su institución se debe a Nuestro Señor mismo, que la pidió a su fiel sierva Sta. Margarita MarÌa en estos términos: “Todas las noches del Jueves al Viernes, te haré participante de aquella mortal tristeza que quise sentir en el huerto de los Olivos. Y para acompañarme en la humilde oración que presente entonces a mi Padre, te levantarse entre once y doce de la noche, y prosternada pegando el rostro con la tierra, tanto para aplacar la ira divina, pidiendo gracia para los pecadores, como para endulzar de alguna manera la amargura que sentí por el abandono de mis Apóstoles, el cual me movió a reprenderlos, por no haber podido velar una hora conmigo.”

Resulta, pues, de estas palabras que la Hora Santa o la hora de Adoración, es una de las prácticas más queridas del Corazón de Jesús. Tiene por objeto consolarle de la ingratitud de los hombres, reparar las ofensas de los pecadores, obtener gracias particulares para los agonizantes, para las personas afligidas; y en fin, animarnos a una viva contrición y una profunda y auténtica vida cristiana.

Se puede hacer la Hora Santa delante del Santísimo Sacramento, o transportándose en espíritu al pie de un Tabernáculo.

No hay señalado para emplear devotamente la Hora Santa, ninguna meditación particular; pero las palabras de Nuestro Señor, indican que conviene meditar su dolorosa agonía, sus profundas humillaciones, y su amor pagado con tantas ingratitudes; asÌ como pedir por el perdón de nuestros pecados, y por los que se han cometido a través de los siglos.

Hora en que acompañamos a Jesús en su agonía ante el conocimiento racional y sicológico de nuestros pecados. Hora en que el Señor nos acompaña, para sanar las heridas q nos hemos hecho con nuestros pecados.

Hora en que reclinamos nuestro rostro en el corazón de Jesús como el joven apóstol Juan en la noche de la Eucaristía y el Sacerdocio. Hora en que somos sumergidos en el pecho de Cristo y el nos impulsa con el fuego de su corazón.

El Corazón de Jesús es un amor finito y creado, hipostáticamente asumido por un amor infinito. El Hijo único ama a su Padre no solamente con un amor eterno e increado recibido de Él e insuflando con Él el Amor personal que es el Espíritu, sino también con un amor creado; una caridad infusa y volitiva que nunca ha cesado desde el primer instante de su inhumación y que no cesara jamás; e incluso una caridad infusa y sensible, interrumpida entre el viernes santo y la resurrección para abrazar sin fin, a partir de este momento, su corazón humano y glorificado.

Este doble amor infuso, sensible y volitivo, creado, y asumido por el Amor increado del Hijo único, ofrece sin cesar al Padre, fuente última de todo amor, la dilección divinizada de sus hermanos en humanidad, a la que confiere de este modo un valor, en cierto sentido infinito. Todas las caridades creadas, todo el amor vertido por el Espíritu del Hijo en los corazones de los hombres en el curso de toda la historia humana, son asumidos con esta historia universal por el Hijo único y bienamado, y ofrecidas por Él al Padre en unión de su triple amor teándrico, lo que explica su inefable e incomparable valor.

El corazón traspasado y glorificado del Redentor aparece, pues, ineluctablemente como la llave de la historia universal, que es, ante todo y sobre todo, la historia de la caridad. El corazón del Mediador es el alfa y la omega del universo. ¿No era esto lo presentaba, con cierta oscura claridad el gran teólogo de la Encarnación, San Máximo Confesor, en sus admirables consideraciones sobre el adán cósmico, hombre total?

“Cristo es el gran misterio escondido, la finalidad bienaventurada y la meta por la que todo fue creado… La mirada fija sobre este fin Dios llama a todas las cosas a la existencia. Este fin es el límite en el que las creaturas realizan su vuelta a Dios… Todos los entes y criaturas han recibido en Cristo su principio y su fin. Esta síntesis estaba ya premeditada: síntesis del límite con el infinito, del Creador con la criatura, del reposo con el movimiento. En la plenitud de los tiempos, esta fue síntesis visible en Cristo, aportando la realización de los proyectos de Dios Cristo unió la naturaleza creada a la naturaleza increada en el amor. ¡Oh maravilla de la amistad y ternura divina hacia nosotros!”

En el corazón de Cristo se encuentra toda la plenitud del amor que el Corazón humano puede requerir y anhelar.

Amor verdadero, de donación y entrega generosa, de misericordia y de humildad.

Humildad que podemos reconocer que no le bastó a Dios hacerse hombre para redimirnos y hacer de nosotros hijos de Dios…

No le basto hacernos particiones de su familia por medio de la suya, la de Nazaret para educarnos prepararnos sumergióndo en nosotros por la vida de la gracia la vida Trinitaria para conciertos sumergirnos en la Gloria de la Trinidad Divina en el cielo.

Sino que también se hizo alimento, Dios y hombre de hace Eucaristía, sustento, tesoro, para regalarnos su presencia adorable, la máxima cercanía de un Corazón humano ha nuestros corazones. No existe otra, ninguna se le asemeja, en entrega, fidelidad, paciencia, sacrificio, gozo y felicidad agradecida hacia nosotros, en el momento de la Adoración.

No existe momento ni oportunidad mayor vínculo en la caridad, la amistad , la confianza y la lealtad, que el corazón del fiel pueda encontrar o alcanzar como el momento en que Adora el Corazón Eucarístico del mismo Dios.

¿Porque hay momentos en los que nos cuenta entrar en esta certeza que nos inunde del fervor sanador de la oración, en el dialogo orantes de la Adoración?

La pregunta puede ser más grave: ¿porque no logro vencer mi suficiencia y orgullo (que niego siempre) que me impide entrar en la familiaridad transformadora de un corazón herido pero adorador, ante el Corazón Sagrado y Adorable del Señor?

Hay un solo camino:

 Sumergirnos en la escuela de humildad, caridad, santidad y confianza del Corazón de María, primer Sagrario, Sagrario viviente, Custodia de pureza y virtud; solo aprendiendo y dejándonos impulsos por los latidos de su Inmaculado Corazón aprendemos a reconocer y vivir según el latido del Cor Iesu, por que fue es corazón maternal en el que aprendió a palpitar en el tiempo h espacio, el corazón de carne del mismo Dios.

Esta llamado el cristiano a amar a Dios por sobre todas las cosas…

Pbro. Patricio Romero

3 de Junio 2012