San Agustín: Para que subiesen a la mayor altura por medio de la humildad


San Juan 7, 1-2.10.14. 25-30


Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas. Cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también Él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Promediaba ya la celebración de la fiesta, cuando Jesús subió al Templo y comenzó a enseñar.
Algunos de Jerusalén decían: “¿No es éste Aquél a quien querían matar? ¡Y miren como habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es éste; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es”.
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: “¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy?
Sin embargo, Yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen.
Yo sí lo conozco, porque vengo de Él y es Él el que me envió”.
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre Él, porque todavía no había llegado su hora.


De San Agustín

 In Ioanem tract.


Cuando se lee hermanos del Señor, debe entenderse que se trataba de parientes consanguíneos de María, porque de ella no nació ningún otro. Así como en el sepulcro en donde estuvo el cuerpo del Señor no fue colocado ningún otro muerto, ni antes ni después, así las entrañas de María no concibieron ningún otro mortal, ni antes ni después de Jesucristo. Y en verdad que las obras de Jesucristo no eran desconocidas para sus discípulos, pero los que no estaban ahí no las veían. Por esto decían aquéllos: «Para que tus discípulos vean también las obras que haces». Hablaba, pues, la prudencia de la carne al Verbo hecho carne, y por esto añaden: «Pues ninguno hace cosas en oculto, y procura ser conocido en público». Como diciendo: una vez que haces milagros, date a conocer a los hombres, para que puedas ser apreciado por ellos, porque los que los ven estudian el modo de alabarlos. Y como ellos buscaban gloria humana, no creían en El. Por esto sigue: «Porque ni aún sus hermanos creían en El». Pudieron algunos ser parientes de Jesucristo, pero se resistían a creer en El a causa de este mismo lazo de parentesco.

Le aconsejaban que adquiriese gloria, como hablándole mundanamente e impulsados por el afecto terreno, para que no apareciese como plebeyo y viviese desconocido. Pero el Señor quiso allanarles el camino para que subiesen a la mayor altura por medio de la humildad. Por esto les dice: «Mi tiempo (esto es, el de mi gloria por medio de la que habré de subir a la mayor altura para juzgar), aún no ha venido, pero vuestro tiempo (esto es, la gloria mundana), siempre está preparado». Y como nosotros somos el Cuerpo del Señor, cuando nos ofendan los amantes del mundo debemos decirles: vuestro tiempo ya está preparado, nuestro tiempo aún no ha venido; la patria está muy alta, el camino está muy bajo, el que prescinde del camino ¿para qué busca la patria?

Mas cuando sube de un modo oculto, quiso dar a entender algo; porque todas las cosas que se le habían comunicado al antiguo pueblo de Israel fueron sombras de lo que habría de suceder, y la fiesta de los Tabernáculos también era una sombra de las fiestas que más adelante se celebrarían. Y en verdad que todo lo que era figura se nos da a conocer por medio de la realidad. Subió, pues, de oculto, para significarnos que también El estaba oculto. Jesucristo se ocultaba en el mismo día de fiesta, indicando que aquel día festivo los miembros de Jesucristo habrían de peregrinar. La scenopegia era, en verdad, la celebración de los Tabernáculos.

El murmullo era por las disputas que entre ellos había, lo que expone el evangelista muy oportunamente diciendo: «Porque los unos decían, bueno es; y los otros, no, antes engaña a las gentes». De todo aquel en quien brilla alguna gracia, dicen unos, bueno es; y los otros, no, antes engaña a las gentes. Que esto se diga de Dios debe servir de consuelo para todo aquel cristiano de quien se diga lo mismo. Y en verdad, si el seducir es engañar, ni Jesucristo es seductor, ni cristiano alguno debe serlo; mas si seducir a alguno quiere decir sacarlo por medio de la convicción de una cosa a otra, debemos investigar de dónde se lo trae, y a dónde se lo lleva, si se lo atrae de lo bueno a lo malo, el seductor será malo; pero si se atrae de lo malo a lo bueno, el seductor será bueno. ¡Ojalá que en este sentido podamos todos llamarnos seductores!

Y yo creo que todos se admiraban, pero no todos se convertían. ¿Y de dónde aquella admiración? Porque muchos sabían dónde había nacido y cómo se había criado. Nunca lo habían visto estudiar, y sin embargo, lo oían disputar acerca de la Ley, citando testimonios de ella, de tal forma que ninguno podría citarlos sin leerlos, y ninguno leerlos sin haber aprendido a leer. De esto nacía su admiración.

Parece que en esto hay alguna contradicción, porque dijo » mía » y » no mía «, pues si hubiese dicho, esta doctrina no es mía, no habría cuestión. Pero, ¿cuál es la doctrina del Padre, sino el Verbo del Padre? Y el mismo Jesucristo es la doctrina del Padre, porque es el Verbo del Padre. Pero como la palabra no puede dejar de ser de alguien, dijo que la doctrina era El mismo, y no que era suya, porque El es el Verbo del Padre. ¿Qué cosa hay más tuya que tú mismo? ¿Y qué cosa menos tuya que tú mismo, si ya tú eres de alguien? En mi concepto, dijo en obsequio de la brevedad: «Mi doctrina no es mía», como si dijere, yo no dependo de mí mismo. Este concepto destruye la herejía de los sabelianos, que se atrevieron a decir que el Padre y el Hijo son una misma cosa, dos nombres, pero una sola persona.