Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Lucas 18,1-8. 

Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: 

«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’. 

Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'». 

Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. 

Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? 

Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?». 

+Padres de la Iglesia:

San Agustín, De quaest. Evang. 2,45

El Señor presenta sus parábolas, o bien comparando, como cuando habla del prestamista, que perdonó a los dos deudores lo que le debían y que fue más estimado por aquel a quien perdonó más ( Lc 7), o bien por oposición, como cuando dice que si el heno del campo que hoy está en pie y mañana será llevado al horno, Dios así le viste, ¿cuánto más cuidará de vosotros, hombres de poca fe? ( Mt 6,30) Así, pues, no por semejanza, sino por oposición, habla de aquel inicuo juez, de quien se dice: «Había un juez en cierta ciudad», etc.

Esta viuda puede ser muy bien la imagen de la Iglesia, que aparece como desolada hasta que venga el Señor, quien ahora cuida de ella misteriosamente. Pero como sigue diciendo: «Y venía a El diciendo: Hazme justicia», etc., advierte aquí por qué los escogidos de Dios le piden que los vengue. Lo mismo se dice también en el Apocalipsis de San Juan hablando de los mártires ( Ap 6), a pesar de que claramente se nos aconseja que oremos por nuestros enemigos y nuestros perseguidores. Debe comprenderse pues que la venganza que piden los justos es la perdición de todos los malos. Estos perecen de dos modos. O volviendo a la justicia, o perdiendo el poder por medio de los tormentos. Por tanto, aunque todos los hombres se convirtieran a Dios, el diablo quedaría para ser condenado en el fin del mundo. Y se dice, no sin razón, que los justos al desear que llegue este fin, desean la venganza.

El Señor dice esto refiriéndose a la fe perfecta, porque esta fe apenas se encuentra en la tierra. Llena está de fieles la Iglesia de Dios. ¿Quién vendría si no hubiera fe? y ¿quién no trasladaría los montes si la fe fuera perfecta?

Esto lo añade el Señor para dar a conocer que si la fe falta, la oración es inútil. Por tanto, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe.

San Cirilo

Cuantas veces nos ofendan, debemos considerar que es glorioso para nosotros el olvido de estos males; y cuantas veces pequen, ofendiendo a la gloria de Dios aquellos que hacen la guerra contra los ministros del dogma divino, debemos acudir a Dios pidiéndole auxilio y clamando en contra de los que rechazan su gloria.

+Catecismo:

2613: San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración:

La primera, «el amigo importuno», invita a una oración insistente: «Llamad y se os abrirá». Al que ora así, el Padre del cielo «le dará todo lo que necesite», y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, «la viuda importuna», está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?»

La tercera parábola, «el fariseo y el publicano», se refiere a la humildad del corazón que ora. «Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador». La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: «Kyrie eleison!».

2697: La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (S. Gregorio de Nisa). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.

2698: La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El Domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.

2699: El Señor conduce a cada persona por los caminos que Él dispone y de la manera que Él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.

2725: La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El «combate espiritual» de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.

2726: En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.

2728: Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos «muchos bienes»; decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración… La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.

+Benedicto XVI

La liturgia de este domingo nos ofrece una enseñanza fundamental: la necesidad de orar siempre, sin cansarse. A veces nos cansamos de orar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello, tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para alcanzar nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús, en cambio, afirma que hay que orar siempre, y lo hace mediante una parábola específica (cf. Lc 18, 1-8).

En ella se habla de un juez que no teme a Dios y no siente respeto por nadie, un juez que no tiene una actitud positiva, sino que sólo busca su interés. No tiene temor del juicio de Dios ni respeto por el prójimo. El otro personaje es una viuda, una persona en una situación de debilidad. En la Biblia la viuda y el huérfano son las categorías más necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda va al juez y le pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada son casi nulas, porque el juez la desprecia y ella no puede hacer ninguna presión sobre él. Tampoco puede apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a Dios. Por lo tanto, al parecer esta viuda no tiene ninguna posibilidad. Pero ella insiste, pide sin cansarse, es importuna; así, al final logra obtener del juez el resultado. Aquí Jesús hace una reflexión, usando el argumento a fortiori: si un juez injusto al final se deja convencer por el ruego de una viuda, mucho más Dios, que es bueno, escuchará a quien le ruega. En efecto, Dios es la generosidad en persona, es misericordioso y, por consiguiente, siempre está dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración.

La conclusión del pasaje evangélico habla de la fe: «Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8). Es una pregunta que quiere suscitar un aumento de fe por nuestra parte. De hecho, es evidente que la oración debe ser expresión de fe; de otro modo no es verdadera oración. Si uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar de modo verdaderamente adecuado. La fe es esencial como base de la actitud de la oración. 

(Domingo 17 de octubre de 2010)

 

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