La humilde ofrenda del corazón: «es un don completo de sí, para toda la vida y la eternidad; no es un don puramente formal o de sentimiento, sino efectivo, realizado en la intensidad de la vida cristiana y mariana, en la vida apostólica…» S. S. Pío XII

Entregarse a María totalmente, sin reservarse nada…

La consagración a María es el acto por excelencia del culto de hiperdulía por medio del cual un cristiano, ejercitando el sacerdocio común o ministerial recibidos en el bautismo o en la ordenación, dedica a María a una o varias personas colocándolas de un modo más intenso bajo el ámbito de la mediación mariana. Por medio de este acto entre ellas y María queda establecido un nuevo vínculo religioso que se caracteriza por una pertenencia espiritual que tiende hacia la totalidad y que implica una mayor dispensación al consagrado de los dones divinos distribuidos por María y un empeño mayor por parte de este en cumplir la voluntad de Dios por medio de María.

La consagración la puede hacer aquella persona que tiene autoridad espiritual sobre la persona o el grupo de personas consagradas o las representa. Todo bautizado puede consagrarse a si mismo pues en virtud del sacerdocio común de los fieles puede ofrecerse como ofrenda a Dios y por ese mismo principio puede ofrecerse a María. Los padres pueden consagrar a sus hijos. Los párrocos a sus parroquianos, los obispos a sus diocesanos, el patriarca, el primado o el representante de la conferencia episcopal a su país, el papa a todo el mundo. También los jefes de estado pueden consagrar sus naciones de común acuerdo con la autoridad eclesiástica del país.

Normalmente la Consagración se hace a María directamente. A Ella como Madre de Dios, a su Inmaculado Corazón, a Ella como Reina y Señora de cielos y tierra. En todo caso toda oración a María está últimamente referida a Dios. La consagración puede hacerse a María porque en Ella todo hace relación a Dios, es su Madre y como Inmaculada es pura trasparencia de Dios. Si María no fuera Madre de Dios, nadie se consagraría a Ella. También existe la práctica de hacer la consagración “a Jesús a través de María”, que es una de las fórmulas recomendadas por S. Luis María Grignion de Monfort.

El Papa Pío XII, en un famoso discurso a las Congregaciones Marianas de 21 de Enero de 1945 les explicaba en que consistía la Consagración que el mismo había hecho hace ya tantos años: “La consagración a la Madre de Dios (…) es un don completo de sí, para toda la vida y la eternidad; no es un don puramente formal o de sentimiento, sino efectivo, realizado en la intensidad de la vida cristiana y mariana, en la vida apostólica, en la cual ese don hace del Congregante (del consagrado) el ministro de María y, por así decirlo, sus manos invisibles sobre la tierra, con el espontáneo derramarse de una vida interior sobreabundante, que se extiende a todas las obras externas de la devoción sólida, del culto, de la caridad, del celo”.

No es demasiado entregarse por entero a alguien que no es Dios, si Dios mismo ha situado a esa persona con una preeminencia de totalidad sobre todo lo creado, como Reina y Señora del Universo. Hay que tener en cuenta además que esta entrega total a María ni es obligatoria ni es exclusiva, sino complementaria y auxiliar de la entrega total de nosotros mismos que obligatoriamente debemos hacer a Dios.

 Pero lo particular de la Consagración a María es que, tal como el mismo Evangelio lo revela, quién mejor nos puede auxiliar para ser dóciles al Espíritu Santo, fieles y humildes ante el Padre y con el corazón adherido al Corazón de Jesús.

Los tipos de consagración mariana más conocidos son tres. La consagración filial a María como nuestra Madre, como por ejemplo amaban realizar San Juan Eudes y San Antonio María Claret. La consagración de esclavitud a María como nuestra Reina como por ejemplo hacían las cofradías españolas del siglo XVII o San Luis María Grignion de Monfort. La consagración de vasallaje a María como Nuestra Señora como por ejemplo hacen los caballeros de la Inmaculada de San Maximiliano María Kolbe.

Para hacer bien la consagración personal a María hay un sólo requisito: hay que entregarse a María totalmente, sin reservarse nada. Para asegurar esa totalidad en la entrega conviene prepararse durante algunos días meditando sobre lo que nos disponemos a hacer.

Hay muchas fórmulas recomendadas por el Magisterio, entre ellas el acto de consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María que hizo Pío XII el 31 de Octubre de 1942, que podemos utilizar nombrando explícitamente a Rusia. Además está la oración de consagración que recomendaba Juan Pablo II porque es la que él rezaba cada día: la de San Luis María Grignion de Monfort. El santo recomienda realizarla en un día de fiesta mariana y prepararse durante 33 días para hacerlo.

“Te saludo, pues, ¡oh María inmaculada!, tabernáculo viviente de la divinidad, en donde la Sabiduría eterna, escondida, quiere ser adorada por ángeles y hombres.

Te saludo, ¡oh Reina del Cielo y de la tierra! A tu imperio está sometido cuanto hay debajo de Dios.

Te saludo, ¡oh Refugio seguro de los pecadores!; todos experimentan tu gran misericordia. Atiende mis deseos de alcanzar la divina Sabiduría, y recibe para ello los votos y ofrendas que en mi bajeza te vengo a presentar.

“Yo, N.N., pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en tus manos los votos de mi bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me consagro totalmente a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz en su seguimiento todos los días de mi vida y a fin de serle más fiel de lo que he sido hasta ahora.

Te escojo hoy, en presencia de toda la corte celestial, por mi Madre y Señora; Te entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y hasta el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras.

Dispón de mí y de cuanto me pertenece, sin excepción, según tu voluntad, para la mayor gloria de Dios en el tiempo y la eternidad.

Recibe, ¡oh Virgen benignísima!, esta humilde ofrenda de mi esclavitud; en honor y unión de la sumisión que la Sabiduría eterna ha querido tener para con tu maternidad; en honor del poder que ambos tenéis sobre este gusanillo y miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con los que la Santísima Trinidad ha querido favorecerte.

Protesto que de hoy en adelante quiero, como verdadero esclavo tuyo, buscar tu honor y obedecerte en todo”.

También esta la Consagración Colectiva a María que es una acto de culto de hiperdulía por medio del cual, reconociendo el papel singular que la Virgen,  tiene en el plan divino de salvación y en el desarrollo de la historia humana. Un sacerdote con autoridad espiritual o alguien con representatividad sobre ese colectivo y en unión con la autoridad eclesiástica ofrece ese colectivo a María invocando sobre él una protección especial y permanente de Nuestra Señora a quien ese colectivo queda especialmente vinculado.

La Consagración a María produce importantes cambios en la vida de los consagrados. Hay un nuevo vínculo religioso establecido entre María y ellos. Vínculo que tiene como modelo el de la Virgen Santísima y el mismo Jesús. La Virgen santísima nos edifica, auxilia y conduce, con su súplica y sagrada Maternidad en nuestra vida interior, en la relación con la Santísima Trinidad.

Por eso los beneficios que se reciben al repetir y meditar periódicamente los ejercicios, repetición y meditación de los 33 días de Preparación.

Muchas veces la ponderación y provecho espiritual de la Consagración es una gracia que concede el Señor en la perseverancia posterior a la misma, en el tiempo en que el consagrado busca profundizar sus fundamentos y alcances.

Si ya se cuenta con la  gracia de Dios, por lo propio de la vida cristiana, cuanto más por lo que la consagración a la Virgen le otorga,  ayudando a  mejorar su relación con Dios y con el prójimo, ya que es renovación de las promesas bautismales, otorgando, paulatinamente, y según la reiteración  y profundización del contenido de la Consagración,  una perspectiva y modo de conducirse completamente distinto  al que tiene el resto de los seres humanos.

Durante la celebración del mismo Concilio Pablo VI encomendó al Corazón Inmaculado de María todo el género humano el 21 de Noviembre de 1964 al concluir solemnemente la Tercera Sesión Conciliar. Posteriormente la práctica de la consagración se ha multiplicado hasta tal punto que puede decirse que el período postconciliar es el momento en el que más consagraciones a la Virgen se han hecho en la historia de la Iglesia. Juan Pablo II ha realizado decenas de actos solemnes de consagración. En 2013 han sidos consagrados a la Virgen por sus Patriarcas u Obispos Irlanda, Filipinas, Siria y el Líbano.

Benedicto XVI y Papa Francisco han realizado también consagraciones. La más importante realizada por Benedicto XVI fue la Consagración de los sacerdotes al Inmaculado Corazón de María en Fátima. Papa Francisco ha realizado una consagración memorable ante la Virgen de la Aparecida en Brasil.

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