¿Pero qué necesidad de agua tienen aquellos que reciben el Espíritu Santo? Homilía de  San Juan Crisóstomo


¿Tú eres maestro en Israel y esto ignoras?

San Juan Crisóstomo, In Ioannem hom, 23-26


7-8. Viniendo Nicodemo a buscar a Jesús como si fuese sólo hombre, oyendo de sus labios palabras más importantes que las que pueden salir de un mero hombre, se levanta a la altura de cuanto se dice; se ofusca y no sabe sostenerse, sino que las tinieblas le rodean por todas partes, y vacila, separándose de la fe. Por esto habla de cierta imposibilidad, para mover al Salvador a que explique más su doctrina. De dos cosas se admiraba, a saber: de aquella especie de nacimiento y del reino, porque esto no se había oído entre los judíos. Mas entre tanto pregunta acerca de lo que antes se había dicho y sobre lo que problematizaba más su inteligencia. Por esto dice: «Nicodemo le dijo: ¿cómo puede un hombre nacer, siendo viejo? ¿Por ventura puede volver al vientre de su madre, y nacer otra vez?».

Le llamas Maestro, reconoces que viene de Dios, pero no aceptas lo que dice. Y hablas al Maestro de forma que puedan brotar muchas dudas. Esto -el saber preguntar de cierto modo- es propio de aquellos que no creen firmemente y muchos que así preguntan se han separado de la fe. Porque éstos preguntan: ¿cómo se ha encarnado Dios?; y otros: ¿cómo es impasible? Por lo tanto también éste pregunta llevado por la ansiedad, pero debe tenerse en cuenta que el que mezcla cosas espirituales con sus propios pensamientos habla cosas dignas de risa.

Nicodemo estaba pensando en un nacimiento carnal, según se acostumbra en la vida material, por lo que Jesucristo le revela más claramente que se refiere a un nacimiento espiritual. «Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo, que no puede entrar en el reino de Dios sino aquel que fuere renacido de agua y de Espíritu Santo».

Mas si alguno pregunta: ¿cómo nace el hombre del agua?, yo le preguntaré: ¿y cómo nació Adán de la tierra? Así como en un principio todo era tierra y todo el mérito de la obra pertenecía al Creador, así ahora, sirviéndose del elemento del agua, la obra es del Espíritu de gracia. Entonces le dio el Paraíso para que viviese en él, mas ahora nos abre las puertas del cielo. ¿Pero qué necesidad de agua tienen aquellos que reciben el Espíritu Santo? Os explicaré este misterio, pues sagradas figuras se realizan por medio del agua: la sepultura y la muerte, la resurrección y la vida. Porque mientras sumergimos la cabeza en el agua, como en una especie de sepulcro, el hombre viejo es sepultado y, sumergido abajo, es ocultado; luego, desde allí abajo, asciende el hombre nuevo. Sirva esto para que aprendamos que la virtud del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo lo llena todo, y que Jesucristo esperó tres días para resucitar.

Lo que es el útero para el feto, es el agua para el fiel, porque en el agua se forma y se figura. Mas lo que en el útero se forma, necesita de tiempo, mientras que en el agua no sucede así, sino que todo sucede en un momento. Tal es la naturaleza de los cuerpos que necesitan tiempo para llegar a su perfección. Mas en las cosas espirituales no acontece lo mismo, sino que lo que se hace ya se hace con perfección desde el principio. Desde que el Señor subió del Jordán, el agua ya no produce reptiles de almas vivientes [1] sino almas espirituales y racionales.

No esperes ver aquí nada material, ni creas que el Espíritu engendra carne. La carne del Señor fue engendrada en verdad no sólo por el Espíritu, sino también por la carne. Mas lo que nace del Espíritu es espiritual y aquí no se refiere a aquel nacimiento que se realiza según la sustancia, sino a aquél que se realiza según el honor y la gracia. Y si el Hijo de Dios ha nacido de este modo, ¿qué tendrá más que todos los demás que han nacido así? Se encontrará quizá inferior al Espíritu Santo, porque este nacimiento se verifica por la gracia del Espíritu Santo [2]. ¿Y en qué se diferencian estas cosas de las doctrinas de los judíos? Véase aquí la dignidad del Espíritu Santo. Parece que realiza la obra de Dios pues más arriba dijo que habían nacido de Dios (Jn 1,13), y aquí dice que el Espíritu Santo los engendra. Y diciendo Jesucristo que el que nace del espíritu es espíritu, como vio a Nicodemo otra vez turbado le expuso otro ejemplo sensible diciéndole: «No te maravilles porque te dije: os es necesario nacer otra vez». Cuando dice: «No te maravilles», da a conocer la turbación de su alma. Y pone un ejemplo que no participa ni de la grosera materialidad de los cuerpos, y que tampoco raya en lo inmaterial de las cosas incorpóreas como sucede con el soplo del viento, diciendo: «El espíritu, donde quiere sopla: y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquél que es nacido de espíritu». Lo que dice significa: si no hay quien detenga al viento, sino que va adonde quiere, mucho más es el Espíritu, cuya acción no podrán detener las leyes de la naturaleza, ni los términos, ni los límites del nacimiento corporal, ni ninguna otra cosa parecida. Lo que dice aquí respecto del viento lo manifiesta cuando dice: «oyes su voz», esto es, el rumor. Pues no diría esto, si fuera que hablaba con un infiel que desconocía la acción del Espíritu. Dice también, «Donde quiere sopla», no porque el viento pueda elegir, sino porque obedece a aquel movimiento que tiene por naturaleza, que no puede detenerse y que se ejecuta con poder. «Y no sabes de dónde viene, ni a dónde va», esto es, si no sabes explicar la vida de este elemento que percibes por el sentido del oído y del tacto, ¿cómo querrás escudriñar la operación del divino Espíritu? Por esto añade: «Así todo el que es nacido de espíritu», etc.

9-12. Y como aún permanecía en la vileza judía, a pesar del ejemplo ya dicho, le pregunta otra vez, por lo que el Señor le contesta con aspereza. Por esto sigue: «Respondió Jesús y le dijo: ¿Tú eres maestro en Israel y esto ignoras?»

No reprende la necedad de aquel hombre, sino su insensatez y su ignorancia. Pero dirá alguno: ¿qué tiene que ver este nacimiento de que habla Jesucristo con las doctrinas de los judíos? Ciertamente el hecho de que el primer hombre fuera creado y que la mujer fuera hecha de una costilla suya y que engendrasen las que habían sido estériles y que se realizasen milagros por medio del agua, tiene que ver algo. Y respecto a que Eliseo sacase hierro del agua, que los judíos pasasen el Mar Rojo, y que el sirio Naaman fuese purificado en el Jordán, digo que todo esto prefiguraba el nacimiento espiritual y la purificación que habría de realizarse. Y todo lo que se había dicho por los profetas prefiguraba de modo oculto este modo de nacer, como se dice en el salmo: «Tu juventud se renovará como la del águila» (Sal 102,5); y en otro salmo: «Bienaventurados aquellos cuyas culpas sean perdonadas» (Sal 31,1). Mas Isaac también es figura de este nacimiento. Recordando esto el Salvador dijo a Nicodemo: «¿Tú eres maestro en Israel e ignoras esto?». Además le hace creíble todo cuanto le ha dicho, condescendiendo con su torpeza, cuando añade: «En verdad, en verdad te digo: que lo que sabemos, eso hablamos, y lo que hemos visto atestiguamos, y no recibís nuestro testimonio». Entre nosotros, la vista es la que nos cerciora mejor que los demás sentidos. Y si queremos hacer creer a alguno, le decimos que lo hemos visto con nuestros propios ojos; por lo tanto, Jesucristo, hablando a Nicodemo de un modo sensible, consigue que le dé fe; mas no le cita ningún objeto sensible, sino que le habla de un conocimiento certísimo, y no por otra cosa le habla; por lo tanto, dice esto (esto es, lo que sabemos), o de El solo, o de El y del Padre.

Sus palabras no son propias de quien está turbado, sino de quien manifiesta su mansedumbre. Y en esto nos da a entender que cuando hablemos con otros y no logremos convencerlos, no nos entristezcamos ni nos incomodemos, sino que procuremos hacer creíbles nuestras palabras, no sólo no incomodándonos, sino también bajando la voz. Se grita cuando hay motivo de ira; mas Jesús, aunque debía explicar los misterios más elevados, se detiene muchas veces, por no ser adecuada a ellos la debilidad de los que oyen. Y lejos de adoptar aquel tono y profundidad que corresponden a tan elevados misterios, prefiere la sencillez de la condescendencia. Por esto añade: «Si os he dicho cosas terrenas y no las creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?».

No te admires de que llame terrenal al bautismo, porque se confiere en la tierra y porque en comparación de su nacimiento extraordinario, que procede de la esencia del Padre, es terreno el nacimiento en su gracia. Y muy oportunamente no dijo no entendéis, sino no creéis. Porque al que no alcanza a conocer alguna cosa por su propio entendimiento, se le considera como un loco o como un ignorante; mas cuando alguno no acepta lo que únicamente debe conocer por medio de la fe, no debe acusársele de loco, sino de infiel. Se decían estas cosas aun cuando no eran creídas, porque las creerían los que vinieran después.

13. Como había dicho Nicodemo: «Sabemos que eres Maestro venido de Dios». Para que no se crea que este Maestro es como muchos de los profetas que existieron en el mundo, añadió: «Y ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo; el Hijo del hombre, que está en el cielo».

No llamó carne en este lugar al Hijo del hombre, sino que dio al todo el nombre de la naturaleza menos importante. En efecto, a veces acostumbra dar el nombre del de la naturaleza divina al todo, a veces del de la humana.

Véase también que lo que parece tan alto es indigno de su grandeza, porque no sólo está en el cielo, sino que se encuentra en todas partes. Y aun habla, a pesar de la ignorancia del que le oye, queriendo atraerle poco a poco.

14. Como había explicado el beneficio del bautismo, ahora aduce su causa, esto es, su cruz, diciendo: «Y como Moisés levantó la serpiente», etc.

Y no dijo: conviene que el Hijo del hombre no esté colgado, sino: que sea levantado, porque esto parecía lo más prudente. Y así dijo esto por el que le oía y por lo que la cosa representaba, con el fin de que veamos la relación que las antiguas cosas tenían con las nuevas. Y aprendamos que no se entregó a la muerte contra su voluntad y que de aquí brotó la salud para muchos.

Véase también que quiso ocultar su pasión, a fin de que no entristecieran sus palabras a aquél que le oía. Pero puso de manifiesto el fruto de su pasión. Y si los que creen en el crucificado no perecen, mucho menos perecerá el que está crucificado con Jesucristo.

15. Como había dicho: «Conviene que sea levantado el Hijo del hombre», en lo que daba a conocer ocultamente su muerte. Y para que el que oía no se entristeciese por estas palabras, creyendo que era humano cuanto a El se refería, y para que no creyese que su muerte no sería saludable, dijo, como para rectificar, cuando había insinuado que el Hijo de Dios sería entregado a la muerte, que su muerte sería la que alcanzaría la vida eterna. Por esto dice: «Porque de tal modo amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito». No os admiréis de que yo deba ser levantado para que vosotros os salvéis, porque así agradó esto al Padre que tanto os amó, y que por estos siervos ingratos e indiferentes dio a su mismo Hijo. Y al decir: «De tal manera amó Dios al mundo», indicó la inmensidad de su amor, habiendo necesidad de reconocer aquí una distancia infinita. El que es inmortal, El que no tiene principio, El que es la grandeza infinita, amó a los que están en el mundo, que son de tierra y ceniza, y están llenos de infinitos pecados. Lo que pone a continuación demuestra la cualidad de su amor; porque no dio un siervo, ni un ángel, ni un arcángel, sino su propio Hijo. Por esto añade: «Unigénito».


Notas

[1] En alusión al mandato del Señor en la Creación: «Produzcan las aguas reptiles de almas vivientes…» (Gén 1,20 Vulg.)

[2] El Señor Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre, en la persona divina del Hijo. En la Trinidad cada una de las personas posee la esencia divina, que es numéricamente la misma, una.