«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero”,  San Juan 17, 3

El Papa Francisco menciona que hay dos formas de   entrometerse en la vida de los demás. Sobre todo, “la comparación”, el “compararse con los otros”. Cuando existe esta comparación, dijo, “terminamos en la amargura y también en la envidia, pero la envidia enmohece a la comunidad cristiana”, le “hace tanto mal”, el “diablo quiere eso”. La segunda modalidad de esta tentación, agregó, son las habladurías. Se inicia con “modalidades tan educadas”, pero luego terminamos “despellejando al prójimo”.

¿Pero porque ocurres to dentro de loa ambientes eclesiales, parroquiales o comunitarios?

Por un lado se  ha perdido el foco, el objetivo por el cual alguien ha llegado a participar e integrarse dentro de una comunidad humana o cristiana y por otro lado la vulnerabilidad de sus heridas hacen que sus precariedades y carencias generen ese tipo de conductas, porque lo que les ha movido para acercarse al Señor  en primer lugar fue aplastado y ahogado en su corazón por un anhelo a buscar reconocimientos,  protagonismos y diversas formas de verse retribuidos. Se ofrece diligentemente, busca estar en primer lugar, se anima y entusiasma. Pero cuando se ve desplazado, no considerado, no en el lugar protagónica va disminuyendo su intensidad de compromiso, va retardando su gestión y postergando el interés de su participación.

Se termina en una manipulación, desacreditación y tormentosa relación con la comunidad, dando lugar a un conjunto de conflictos y malos entendidos, terminando en tierra fértil de pecados e irregularidades.

EL Papa Benedicto XVI se refirió a este tema al preguntarse en una Homilía:

¿Cual es el puesto correcto de cada persona?

“En la vida todo el mundo quiere encontrar su lugar. ¿Pero cuál es realmente el lugar correcto?… Un lugar que puede parecer muy bueno, puede llegar a ser un muy mal lugar..

La humildad de la sangre de Cristo, quien está en el centro de la Eucaristía, significa entrar en el esplendor del encuentro gozoso de Dios: ésta sangre es su amor, es el Monte de Dios y nos abre a la gloria de Dios. Los últimos serán los primeros, y esta es la máxima del rebajarse y humillarse para servir a los demás. Los Evangelios recuerdan que quien se exalta será humillado, y quien se humilla será exaltado. Quien en este mundo está en esta historia, y quizá sea empujado a llegar a los primeros puestos, debe saber que está en peligro, debe mirar todavía más al Señor, adaptarse a él, adaptarse a la responsabilidad del otro, debe convertirse en aquél que sirve, aquél que en la realidad está sentado a los pies de los demás, y así bendice y a la vez resulta bendecido”.

No solo fueron una prédica estos conceptos del Papa Emérito, fueron  también su comportamiento.

La donación es la verdadera grandeza y “la verdadera exaltación”. “De esta manera, Jesús se hace grande; sí, está a la altura de Dios porque la altura de la Cruz es la altura del amor de Dios, la altura de la entrega de sí mismo y la dedicación a los demás. Así, este es el lugar para ser divino, y queremos orar a Dios que nos de el don de entender esto más y aceptar con humildad, cada uno en su manera, este misterio de la exaltación y la humillación”.

Somos llamados, fuimos creados y se nos ha regalado el lugar más importante y sublime: ser sumergidos en esta gloria de Dios, asemejados por la caridad, inhabitados por Dios, instrumentos de Dios, glorificados en su misericordia.

 

Por que la plenitud de la Trinidad se nos acerca a nosotros

El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios y tres Personas distintas…

Pero que libremente quiere manifestar su gloria no solo en esta infinitud de perfecciono y gloria es un vida inmanente sino que quiere comunicarla, darla, hacer partícipe al ser humano de esta gloria, creando, comunicándose, dándose, redimiendo e inmolándose, regalándose  asemejando al  ser humano, elevando y viviendo como huésped en el alma, para que seamos huéspedes en su gloria.

Es en esta donación de sí en el que nos manifiesta nuestra plenitud. Nos injerta en esta vida, por caminos naturales por medio de la familia, en la que se nos capacita natural y sobrenaturalmente en la realidad de donación mutua, generosa y desprendida por amor y luego se nos regala sobrenaturalmente para que vivamos con respaldo divino esta donación en el peregrinaje humano, dando la vida por los demás, y solo así cambiando hacia la gloria celestial.

 

La gratuidad de recibir el amor de Dios debe seguir un proceso

Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.»

Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. ¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. (1Cor 2)

Por la fe, pues, hemos sido “hechos justos” y estamos en paz con Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor.

Por él hemos tenido acceso a este estado de gracia e incluso hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios.  (Romanos 5)

Yavé me creó —fue el inicio de su obra— antes de todas las criaturas, desde siempre.

Fui formada antes de los siglos, desde el comienzo, antes que la tierra.

No existían los océanos cuando salí del seno, ni existían las fuentes de los mares…

…Yo estaba a su lado poniendo la armonía, y día tras día en eso me divertía, y continuamente jugaba en su presencia.
Me entretengo con este mundo, con la tierra que ha hecho, y mi gusto es estar con los hijos de Adán.   (Proverbios 8, 22-31)

Es la razón profunda de la alegría de San Agustín:

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí­ y yo fuera, y por fuera te buscaba. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retení­an lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no tendrí­an ser» (X,27,38). «Tú estabas dentro de mí­, más interior a mí­ que lo más í­ntimo mí­o y más elevado que lo más alto mí­o (interior intimo meo et superior summo meo)» (III,6,11).

 
Pbro. Patricio Romero

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