No hay nada que tanto ciegue como la obstinación en el pecado

Además de los peligros externos, como las ideologías, herejías, idolatrías y ataques en los medios y la sociedad hacia la fe, también hay peligros y enemigos internos.

Los principales son dos:

1º. LA SOBERBIA Y EL ORGULLO.  La fe, en efecto, exige el humilde sometimiento de la inteligencia y de la voluntad ante unas verdades cuya evidencia intrínseca no puede verse y que se aceptan únicamente por la autoridad de Dios, que las revela. Esto se le hace muy difícil al soberbio.Y así vemos que sencillos y humildes, gente pobre y sin acceso a una formación religiosa y cultural, tienen a veces una fe mucho más viva y penetrante que muchos teólogos eruditísimos, que a veces pierden incluso la fe arrastrados por la soberbia.

2º. LA VIDA INMORAL. Se comprende perfectamente. La transgresión continua y culpable de la ley de Dios (deshonestidades, negocios sucios, etc.) produce en el alma del pecador un desasosiego cada vez mayor contra la ley de Dios, que le prohíbe entregarse con tranquilidad a sus desórdenes. Esta situación psicológica tiene que desembocar lógicamente, tarde o temprano, en una de estas dos soluciones: el abandono del pecado o el abandono de la fe. Si a esto añadimos que Dios va retirando cada vez más sus gracias y sus luces en castigo de los pecados cometidos, no es de maravillar que el desgraciado pecador acabe apostatando de la fe. No cabe duda: la inmoralidad desenfrenada que reina en el mundo de hoy es una de las causas principalísimas—la más importante después de la propaganda materialista y atea—de la descristianización cada vez mayor de la moderna sociedad.  El mismo Cristo nos avisa en el Evangelio que el que obra mal, odia la luz (Jn. 3,20). No hay nada que tanto ciegue como la obstinación en el pecado.

Antonio Royo Marín  O.P.

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