Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo

Respecto del Hijo del hombre exaltado en la cruz

Comentarios sobre  San Juan 3,14-21 


  Cardenal Ratzinger

   Sermón  Cuaresma  1981
   «Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: el cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojo de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre» (Fl 2,5-9)… Este texto extraordinariamente rico, se refiere claramente a la primera caída…
 
        Jesucristo vuelve sobre los pasos de Adán. Al contrario que Adán, verdaderamente es «como Dios» (cf Gn 3,5). Pero ser como Dios, ser igual a Dios, es «ser Hijo» y pues totalmente relación: «el Hijo no puede hacer nada por sí mismo»(Jn 5,19). Por eso el que es verdaderamente igual a Dios no se aferra a su autonomía, al carácter ilimitado de su poder y de su voluntad. Porque para recorrer el camino inverso, se hace el muy-dependiente, se hace el servidor. Porque no toma el camino del poder, sino el del amor, puede descender hasta la mentira de Adán, hasta la muerte, y allí, erigir la verdad, dar vida.
   Así, Cristo se hace el nuevo Adán por el que la vida humana toma un nuevo origen… La cruz, lugar de su obediencia, se convierte en el verdadero árbol de la vida. Cristo llega a ser la imagen opuesta a la serpiente, como dicho Juan en su evangelio. De este árbol no viene la palabra de la tentación, sino la palabra del amor salvador, la palabra de la obediencia, por la cual Dios mismo se hizo obediente, y nos ofrece así su obediencia como espacio de la libertad.
 
     La cruz es el árbol de la vida de nuevo accesible. En su Pasión, Cristo, por decirlo así, apartó la espada fulgurante (Gn 3,24), atravesó el fuego y levantó la cruz como eje verdadero del mundo, sobre el cual se sostiene el mundo. Por eso la Eucaristía, como presencia de la cruz, es el árbol de la vida que permanece siempre entre nosotros y nos invita a recibir los frutos de la vida verdadera.
 

 
 

San Agustín, De peccat. mer. et remiss. cap. 32

Muchos morían en el desierto por las mordeduras de las serpientes. Y por ello Moisés, por orden de Dios, levantó en alto una serpiente de bronce en el desierto; cuantos miraban a ésta, quedaban curados en el acto. La serpiente levantada representa la muerte de Cristo, de la misma manera que el efecto se significa por la causa eficiente. La muerte había venido por medio de la serpiente, la que indujo al hombre al pecado por el cual había de morir; mas el Señor, aun cuando en su carne no había recibido el pecado, que era como el veneno de la serpiente, había recibido la muerte, para que hubiese pena sin culpa en la semejanza de la carne del pecado, por lo cual en esta misma carne se paga la pena y la culpa.

 

San Agustín, ut supra

Así como en otro tiempo quedaban curados del veneno y de la muerte todos los que veían la serpiente levantada en el desierto, así ahora el que se conforma con el modelo de la muerte de Jesucristo por medio de la fe y del bautismo, se libra también del pecado por la justificación, y de la muerte por la resurrección. Y esto es lo que dice: «Para que todo aquél que cree en El no perezca, sino que tenga vida eterna». ¿Y para qué se necesita que la muerte de Jesucristo se compare con el bautismo del niño, si no ha sido envenenado éste aún por la mordedura de la serpiente?
 
 

 

San Agustín, In Ioannem tract., 12

Hay una diferencia entre la figura y la realidad, y es que aquellos eran curados sólo de la muerte temporal volviendo a una vida material, mas éstos obtienen la vida eterna.
 

San Agustín

Debe observarse que explica lo mismo respecto del Hijo de Dios que lo anunciado respecto del Hijo del hombre exaltado en la cruz, diciendo: «Para que todo aquél que crea en El». Porque el mismo Redentor y Creador nuestro, el Hijo de Dios existente antes de todos los siglos, ha sido hecho Hijo del hombre por los siglos de los siglos, a fin de que quien por el poder de su divinidad nos había creado para gozar de la felicidad de la vida eterna, El mismo nos redimiese por medio de la fragilidad humana para que alcanzáramos la vida que habíamos perdido.
 

Crisóstomo, ut supra

Y no dijo: conviene que el Hijo del hombre no esté colgado, sino: que sea levantado, porque esto parecía lo más prudente. Y así dijo esto por el que le oía y por lo que la cosa representaba, con el fin de que veamos la relación que las antiguas cosas tenían con las nuevas. Y aprendamos que no se entregó a la muerte contra su voluntad y que de aquí brotó la salud para muchos.
 

Crisóstomo, ut supra

Véase también que quiso ocultar su pasión, a fin de que no entristecieran sus palabras a aquél que le oía. Pero puso de manifiesto el fruto de su pasión. Y si los que creen en el crucificado no perecen, mucho menos perecerá el que está crucificado con Jesucristo.
 

Crisóstomo, ut supra

Como había dicho: «Conviene que sea levantado el Hijo del hombre», en lo que daba a conocer ocultamente su muerte. Y para que el que oía no se entristeciese por estas palabras, creyendo que era humano cuanto a El se refería, y para que no creyese que su muerte no sería saludable, dijo, como para rectificar, cuando había insinuado que el Hijo de Dios sería entregado a la muerte, que su muerte sería la que alcanzaría la vida eterna. Por esto dice: «Porque de tal modo amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito». No os admiréis de que yo deba ser levantado para que vosotros os salvéis, porque así agradó esto al Padre que tanto os amó, y que por estos siervos ingratos e indiferentes dio a su mismo Hijo. Y al decir: «De tal manera amó Dios al mundo», indicó la inmensidad de su amor, habiendo necesidad de reconocer aquí una distancia infinita. El que es inmortal, El que no tiene principio, El que es la grandeza infinita, amó a los que están en el mundo, que son de tierra y ceniza, y están llenos de infinitos pecados. Lo que pone a continuación demuestra la cualidad de su amor; porque no dio un siervo, ni un ángel, ni un arcángel, sino su propio Hijo. Por esto añade: «Unigénito».
 

San Hilario, De Trin. l. 6

Mas si la fe del amor había de medirse por entregar una creatura en bien de otra creatura, no sería de gran mérito el enviarle una creatura de naturaleza inferior. Las cosas de gran valor son las que dan a conocer la grandeza de amor y las cosas grandes se estiman por las cosas grandes. El Señor, amando al mundo, dio a su Unigénito y no a un hijo adoptivo. Era su Hijo propio por generación y verdad. No hay creación, no hay adopción ni falsedad. Aquí hay fe de predilección y de amor en favor de la salvación del mundo, dando a un Hijo que era suyo y que además era Unigénito.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *