Los que ignoran a Cristo y la fuerza de su gracia se ríen a veces de la fidelidad conyugal, y consideran imposible vincularse a una persona de por vida. Más aún, piensan que mantener año tras año la fidelidad es una forma de encadenarse, de limitar la propia libertad, sujetándose así a una hipocresía interminable. En otras palabras, que el hombre no es capaz de monogamia y de fidelidad perseverante en el amor, y estiman que, al menos a la larga, alguna forma de divorcio o de poligamia simultánea o sucesiva es inevitable, aunque sólo sea como mal menor.
Pues bien, ya se ve que a éstos hay que «llevarles la buena noticia [el evangelio] de un amor conyugal perenne, que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza» [20]. Cristo, el nuevo Adán, que por la fuerza de su gracia hace hombres nuevos, es capaz de hacer realmente matrimonios nuevos, es decir, esposos realmente capaces de amarse siempre, como Él ama a la humanidad. En efecto, por la comunicación de su Espíritu, Cristo da a los esposos cristianos «en la celebración del sacramento del matrimonio "un corazón nuevo"» [20], configurado a su Corazón sagrado.
Una ascesis diaria guardará día a día vuestro amor conyugal en una fidelidad perseverante. Se trata de una fidelidad en el amor ejercitado en mil cuestiones, a veces mínimas; una fidelidad que, una y otra vez, requerirá no pocas conversiones de vuestro corazón, tantas como sean precisas. Pero que saldrá victoriosa, pues «el que es fiel en lo poco es fiel en lo mucho» (Lc 16,10).

En todo caso, se trata de una fidelidad que siempre es posible, pues es constantemente renovada por la gracia de Cristo, como millones y millones de matrimonios católicos, cada vez más unidos al paso de los años, lo certifica. Más aún, también dan un testimonio impresionante de fidelidad «aquellos cónyuges [separados] que, aun habiendo sido abandonados por el otro cónyuge, con la fuerza de la fe y de la esperanza cristiana no han pasado a una nueva unión» [20]. Muchas veces siguen sosteniendo, ellos sólos, la unidad de la familia.

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