En andas de madera forrada en seda roja que sostenían doce «sediarios», los portadores de la vieja «silla gestatoria», el cuerpo de S. S. Juan Pablo II fue depositado ante el altar mayor de la basílica de San Pedro, en una solemne ceremonia en la que se pidió por la paz en el mundo. Un día después de ser colocado en la Sala Clementina para que recibiera el homenaje de la Curia, el cuerpo del Papa Wojtyla fue llevado desde el Palacio Apostólico hasta el templo vaticano, en cuyas grutas será enterrado el viernes. Tras recorrer la Scala Nobile, la escalera principal del Palacio, la primera logia, las monumentales Sala Ducal, Sala Regia y la escalera regia, la procesión llegó al Portón de Bronce y a las cinco y media de la tarde local (15.30 GMT) el cuerpo sin vida del Papa era sacado a la Plaza de San Pedro. El Papa volvía a la plaza en la que durante 26 años y medio celebró los más importantes actos de su pontificado y la gente, emocionada, rompió a llorar y comenzó a aplaudir. Centenares de cardenales, obispos y sacerdotes precedían las andas, a las que daban escolta ocho alabarderos de la fiel Guardia Suiza. Diez frailes con velas encendidas acompañaban el cadáver. Detrás de las andas acompañaban al Papa hacia el lugar donde será enterrado el día 8 su secretario particular, Estanislao Dziswisz, las monjas que durante estos 26 años y medio le cuidaron y el mayordomo, Angelo Gugel, «su familia». En medio de un profundo silencio, sólo roto por los cánticos de antífonas, el cuerpo entró en la basílica. Los «sediarios» recorrieron lentamente el trayecto hasta donde fue colocado el catafalco, delante del altar mayor, bajo el baldaquino de Bernini y a pocos metros de donde se encuentra la Tumba del Apóstol Pedro. Un cirio de grandes dimensiones fue colocado a la derecha del catafalco. El Camarlengo, el cardenal español Eduardo Martínez Somalo, presidió el rito. Revestido con capa pluvial roja, Martínez Somalo esparció con agua bendita, tres veces, el cuerpo del Pontífice y después incensó varias veces. A Martínez Somalo se le vio con aspecto triste. El cardenal era muy apreciado por el Papa y el purpurado sentía un gran cariño por el Pontífice. Martínez Somalo cuenta que cuando el Papa le nombró Camarlengo le dio las gracias, pero le dijo: «espero Santidad que usted me oficie un gran funeral», esperando morir antes que él y no verse en el trance de hoy. Tras ser recitados varios salmos en latín, idioma en el que se ofició la ceremonia, el Camarlengo suplicó a Dios que acoja el alma de Juan Pablo II. También se pidió «por los pueblos de todas las naciones, para que en el respeto de la justicia, formen una sola familia en la paz y estén unidos por sentimiento fraternales». Asimismo se pidió por la Iglesia y por la renovación de la familia humana. El Padrenuestro cantado en latín cerró la sugestiva ceremonia, celebrada en una basílica de San Pedro bellamente iluminada que dejó al descubierto las maravillas que guarda.

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