LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA: LAS TRES TENTACIONES


    

RESUMEN PREVIO

Meditaremos  en las tres tentaciones de Jesús en el desierto, a saber: 1º El cuidado excesivo del cuerpo y de la salud; 2º El amor propio, que presume de sus fuerzas y quiere exhibirse; 3º La ambición y el interés personal. 

     

— Tomaremos en seguida la resolución: 1º de Evitar las delicadezas excesivas en el cuidado del cuerpo; y 2º De no buscar sino a Dios en todas las cosas. Nuestro ramillete espiritual será la sentencia del Apóstol Santiago: “Resistid al demonio, y se retirará de vosotros”. 


      

MEDITACIÓN – ADOREMOS A JESUCRISTO TENTADO EN EL DESIERTO POR EL DEMONIO 

      

Adoremos a Jesucristo en el desierto, que permite ser tentado por el demonio, para instruirnos en lo que debemos hacer en semejantes tentaciones. Bendigamos a este Pontífice caritativo, que quiso ser bien probado por toda clase de tentaciones, a fin de asemejarse en todo a nosotros, fuera del pecado, y pongamos en Él toda nuestra confianza. 


       

PUNTO PRIMERO – PRIMERA TENTACIÓN: EL CUIDADO EXCESIVO DEL CUERPO Y DE LA SALUD 

     

El demonio se acerca a Jesús y le dice: “¿Porque no coméis? Vuestro cuerpo no podrá resistir. ¿Por qué no decís a esas piedras que se conviertan en pan?” -«El hombre no vive solamente de pan, contestó Jesucristo; una palabra salida de la boca de Dios basta para hacerle vivir. He dado al Señor mi vida, mis fuerzas, mi salud: todo es suyo, y el cuidará de mí; por lo cual me abandono a su providencia». ¡Qué lección para nosotros en estas palabras! Y las confirma con su ejemplo: Vivió cuarenta días en el desierto, en un lugar horrible, expuesto en una montaña a todas las intemperies del aire; ayunó durante todo ese tiempo, sin probar ni pan ni agua; velaba una gran parte de las noches, y cuando descansaba, era sobre una roca o sobre la dura tierra. No quiere decirnos con eso que tratemos nuestro cuerpo con tal rigor, pues lo destruiríamos. La salud es un tesoro que nos ha confiado y que nos prohíbe malgastar por excesos; pero, tomada esta precaución, nos prohíbe todas las delicadezas y sensualidades del alimento, del vestido, del sueño y de la habitación; quiere que nos encontremos siempre bien, como quiera que estemos, hasta decir con S. Francisco de Sales: «Nunca me encuentro mejor que cuando no estoy bien». Quiere, en fin, que, a ejemplo de San Pablo, no rehusemos castigar nuestro cuerpo y reducirlo a la esclavitud, sea para expiar nuestros pecados, sea para evitar la recaída, sea para apaciguar la cólera de Dios contra los pecadores. ¿Son éstas nuestras disposiciones? 


     

PUNTO SEGUNDO – SEGUNDA TENTACIÓN: EL AMOR PROPIO ORGULLOSO Y EL DESEO DE EXHIBIRSE 

     

El demonio llevó a Jesucristo al pináculo del templo para que se dejase ver de todo el mundo y le propuso precipitarse desde allí, a fin de que, si caía sin herirse recibiese una vana complacencia. Jesucristo, rechazando esta tentación, se hace invisible a todo el pueblo y vuelve tranquilo a su soledad. Bello ejemplo que nos enseña que, en lugar de buscar cómo lucir y atraer las miradas, debemos: 1° No mostrarnos sino por necesidad y procurar siempre, por razones de fe, evitar la estimación y alabanzas, para vivir escondidos y menospreciados; 2° Mantenernos en guardia contra la presunción, que se reputa digna de ser honrada y se cree capaz de soportar el honor sin perderse por el orgullo. Recojámonos dentro de nosotros mismos y juzguémonos. 


      

PUNTO TERCERO – TERCERA TENTACIÓN: LA AMBICIÓN Y EL PROPIO INTERÉS 

     

Desde una montaña elevada descubre el demonio a las miradas de Jesucristo todos los reinos del mundo, con sus riquezas y su gloria: “Todo esto te daré, le dijo, si postrándote delante de mí, me adorares”. —“Apártate de aquí, Satanás, respondió Jesucristo, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás”. Así debe obrar toda alma cristiana: Debe tener horror a toda bajeza, a toda intriga, a toda insinuación que tienda, ya sea a obtener favores de quienes pueda concedérselos, sea a elevarla a altos puestos, sea a mantenerla en ellos. Ella no se deja seducir por el aparato de los honores y no sabe doblar la rodilla delante de los que los conceden. Ella dice como el Apóstol: “Nada me importa que vosotros me juzguéis digno de alabanza o de desprecio”; en todo miro sólo mi deber. Si agrado a Dios, esto me basta, y todo lo demás es nada para mí. ¡Oh feliz libertad! ¡Oh santa independencia del alma así dispuesta! Examinemos delante de Dios si son éstas nuestras disposiciones.


Tomado de «Meditaciones para todos los días del año – Para uso del clero y de los fieles», P. Andrés Hamon. Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.

Apostolado Regnum Dei

 

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