Y así por haberse Dios hecho hombre, nos ha dado la esperanza de que también el hombre pueda llegar a unirse a Dios por el goce bienaventurado.

1. El modo de la reparación debió ser tal que conviniese, ya a la naturaleza que había de ser reparada, ya a la enfermedad. Digo a la naturaleza, porque siendo el hombre de naturaleza racional y dotado de libre albedrío, debía reintegrarse al estado de rectitud, no por coacción exterior, sino por propia voluntad; y también a la enfermedad, porque, consistiendo ésta en la perversión de la voluntad, era necesario que la voluntad se redujese a la rectitud.

La rectitud de la voluntad humana consiste en una ordenación legítima del amor, que es su sentimiento principal, y el orden dispone que amemos a Dios sobre todas las cosas como a sumo bien, y que encaminemos a Él todas las cosas que amamos como a último fin, y que, al amar a los otros seres, se guarde el orden debido, esto es, que pospongamos las cosas corporales a las espirituales. Para excitar en nosotros el amor a Dios, nada podía ser más eficaz que el Verbo de Dios, por el cual han sido hechas todas las cosas, tomase nuestra naturaleza para repararla, y que la misma persona fuese Dios y hombre.

En primer lugar, porque con ello se manifiesta principalmente cuánto ama Dios al hombre, ya que quiso hacerse hombre para salvarlo; y no hay nada que induzca más a amar que el saberse amado. Después porque, teniendo el hombre la inteligencia y el corazón inclinados a las cosas corporales, no podía elevarse fácilmente a las que están sobre él; mientras que es fácil a cualquier hombre amar y conocer a su semejante. Pero considerar la alteza divina y ser llevado a ella por el afecto debido del amor no es propio de todos los hombres, sino únicamente de aquellos que con el auxilio de Dios, con gran empeño y trabajo, se elevan de lo corporal a lo espiritual. Por lo tanto, para abrir a todos los hombres un camino fácil hacia Dios, quiso Éste hacerse hombre, a fin de que hasta los niños pudiesen conocer y amar a Dios hecho casi semejante a ellos, y de este modo, por lo que pueden percibir, poco a poco creciesen hasta lo perfecto.

Además, habiéndose hecho Dios hombre, se da al hombre esperanza de poder llegar a participar de la perfecta bienaventuranza, que sólo Dios posee por naturaleza. Pues promete al hombre que tiene conocimiento de su debilidad que llegará a la bienaventuranza, de la cual apenas son capaces los Ángeles y que consiste en la visión y goce de Dios, y le muestra que apenas hubiera podido atreverse a esperar tal cosa, si no se le mostraba, por otra parte, la dignidad de su naturaleza, a la cual Dios estima tanto que ha querido hacerse hombre para salvarlo.

Y así por haberse Dios hecho hombre, nos ha dado la esperanza de que también el hombre pueda llegar a unirse a Dios por el goce bienaventurado.

Aprovecha asimismo al hombre el conocimiento de su dignidad por haber tomado Dios la naturaleza humana, para que no someta su afecto a ninguna criatura, dando culto al demonio o a cualesquiera otras criaturas por la idolatría, ni sujetando su afecto a las criaturas corporales amándolas desordenadamente. Porque es indigno que el hombre se someta desordenadamente a las cosas inferiores a Dios, poseyendo tanta dignidad según la estimación divina, y estando tan cerca de Dios, que Éste ha querido hacerse hombre.

(Contra Sarracenos, cap. V)