«Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»

 

San Juan Crisóstomo, Homilía 3 sobre San Mateo : PG 58, 603s

San Marcos 10, 17

 


«Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»

 

No era una prisa mediocre la que el joven había demostrado; era como la de un amante. Cuando los demás hombres se acercaban a Cristo para probarlo o para hablarle de sus enfermedades, de las de sus padres o aún de otras personas, él se acerca para conversar con Jesús sobre la vida eterna. El terreno era rico y fértil, pero también lleno de espinas y abrojos para ahogar la simiente (Mt 13,7). Considera cuán dispuesto está a obedecer los mandamientos: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?»… Nunca ningún fariseo manifestó tales sentimientos; éstos más bien estaban furiosos por verse reducidos al silencio. Nuestro joven, se marchó triste y con los ojos bajos, que es signo nada despreciable de que no había venido con malas disposiciones. Sólo era demasiado débil; tenía el deseo de la vida, pero le retuvo una pasión muy difícil se superar…

«Si quieres ser perfecto, va, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven, sígueme… al escuchar estas palabras, el joven se marchó muy triste». El evangelista nos muestra la causa de la tristeza: es que «tenía muchos bienes». Los que tienen poco y los que nadan en la abundancia, no poseen los bienes de la misma manera. En los últimos la avaricia puede llegar a ser una pasión violenta, tiránica. En ellos, cada nueva posesión les enciende una llama más viva todavía, y los que están afectados por ellas son más pobres que antes. Cada vez se les enciende más el deseo y, por tanto, sienten más fuerte su, digamos, indigencia. Considera en todo caso como la pasión muestra su fuerza… «¡Cuán difícil les será a los que poseen riquezas entrar en el reino de Dios!» No es que Cristo condene las riquezas, sino más bien a los que las poseen. »