Porque, así como el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así, gustado el espíritu, es desabrida toda la carne.
AUDI FILIA:  REMEDIO PRINCIPAL: LA ORACIÓN
…Se dijo cuán fuerte arma es la oración, aunque no muy larga, para pelear contra este vicio. Agora sabed que, si la oración es devota, larga y tal que en ella se da el gusto, según a algunos es dado, [de] la dulcedumbre divina, no sólo la tal oración es arma para pelear, mas del todo degüella a este vicio bestial. Porque, luchando el ánima con Dios a solas, con los trazos de pensamientos y afectos devotos, por un modo muy particular alcanza de él, como otro Jacob, que la bendiga con muchedumbre de gracias y entrañable suavidad (cf. Gén 32,25-30). Y queda herida en el muslo, que quiere decir en el sensual apetito, mortificándose le de arte, que de allí adelante cojea de él; y queda viva y fuerte en las afecciones espirituales, significadas por el otro muslo que queda sano.
Porque, así como el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así, gustado el espíritu, es desabrida toda la carne. Y algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta, siendo visitada de Dios, que la carne no la puede sufrir, y queda tan flaca y caída como lo pudiera estar habiendo pasado por ella alguna larga enfermedad corporal. Aunque acaece otras veces, con la fortificación que el espíritu siente, ser ayudada la carne y cobrar nuevas fuerzas, experimentando en este destierro algo de lo que en el cielo ha de pasar, cuando, de estar el ánima bienaventurada en su Dios y llena de indecibles deleites, resulte en el cuerpo fortaleza y deleite, con otros preciosísimos dotes que el Señor ha de dar.

¡Oh soberano Señor, y cuán sin excusa has dejado la culpa de aquellos que, por buscar deleite en las criaturas, te dejan y ofenden a ti, siendo los deleites que en ti hay tan de tomo, que todos los de las criaturas que se junten en uno son una verdadera hiel en comparación de ellos! Y con mucha razón, porque el gozo o deleite que de una cosa se toma es como fruto que la tal cosa de sí da. Y cual es el árbol, tal es el fruto. Y por eso el gozo que se toma de las criaturas es breve, vano, sucio y mezclado con dolor; porque el árbol de que se coge, las mismas condiciones tiene. Mas [en] el gozo que en ti, Señor, hay, ¿qué falta o brevedad puede haber, pues que tú eres eterno, manso, simplicísimo, hermosísimo, inmutable y un bien infinitamente cumplido? El sabor que una perdiz tiene es sabor de perdiz; y el gusto de la criatura sabe a criatura; y quien supiere decir quién eres tú, Señor, sabrá decir a qué sabes tú. Sobre todo entendimiento es tu ser, y también lo es tu dulcedumbre, la cual está guardada y escondida para los que te temen (Sal 30,20) y para aquellos que, por gozar de ti, renuncian de corazón el gusto de las criaturas. Bien infinito eres, y deleite infinito eres; y por eso, aunque los celestiales ángeles y bienaventurados hombres que en el cielo están, y han de estar gozando de ti, y con fuerzas dadas por ti, que no son pequeñas; y aunque muchos más sin comparación se juntasen con ellos a gozar de ti, y con mucho mayores fuerzas, es el mar de tu dulcedumbre tan sin medida que, nadando y andando ellos embriagados y llenos de tu suavidad, queda tanto más que gozar de ella que si tú, omnipotente Señor, con las infinitas fuerzas que tienes, no gozases de ti mismo, quedaría el deleite que hay en ti quejoso, por no haber quien goce de él cuanto hay que gozar.
Y conociendo tú, Señor sapientísimo, como criador nuestro, que nuestra inclinación es a tener descanso y deleite, y que un ánima no puede estar mucho tiempo sin buscar consolación, buena o mala, nos convidas con los santos deleites que en ti hay, para que no nos perdamos por buscar malos deleites en las criaturas. Voz tuya es, Señor: Venid a mí todos los que trabajáis y estéis cargados, que Yo os recrearé (Mt 11,28). Y tú mandaste pregonar en tu nombre: Todos los sedientos, venid a las aguas (Is 55,1). Y nos hiciste saber que hay deleites en tu mano derecha que duran hasta la fin (cf. Sal 15,11). Y que con el río de tu deleite, no con medida ni tasa, has de dar a beber a los tuyos en tu reino (Sal 35,9). Y algunas veces das a gustar acá algo de ello a tus amigos, a los cuales dices: Comed y bebed, y embriagaos, mis muy amados (Cant 5,1). Todo esto, Señor, con deseo de traer a ti con deleite a los que conoces ser tan amigos de él. No ponga, pues, nadie, Señor, en ti tacha que te falte bondad para ser amado, ni deleite para ser gozado; ni vaya a buscar conversación agradable ni deleitable fuera de ti, pues el gualardón que has de dar a los tuyos es decirles: Entra en el gozo de tu Señor (cf. Mt 25,23). Porque de lo mismo que tú comes y bebes, comerán ellos y beberán; y de lo mismo de que tú te gozas, ellos se gozarán. Porque convidados los tienes que coman sobre tu mesa en el reino de tu Padre (cf. Lc 22,30).
¿Qué dirás a estas cosas, hombre carnal, y tan engañado que llega tu engaño a que los sucios deleites que hay en la carne, de que gozan, y con mayor abundancia, los viles y malos hombres, y aun las bestias del campo, tienes en más que la soberana dulcedumbre que hay en Dios, de la cual gozan santos y ángeles y el mismo Dios criador de ellos? Cosa es de bestias lo que tú precias y amas; y tus pasiones bestias son; y tantas veces pones al altísimo Dios debajo los pies de tus valísimas bestias cuantas veces le ofendes por tus deleites carnales.
Huid, doncella, de cosa tan mala, y subíos al monte de la oración, y suplicad al Señor os dé algún gusto de sí (cf. Cant 8,14), para que, esforzada vuestra ánima con la suavidad de él, despreciéis los lodosos placeres que hay en la carne. Y habréis entonces compasión entrañable de la gente, que anda perdida por la bajeza de los valles de vida bestial; y espantada diréis: ¡Oh hombres, y qué perdéis, y por qué! ¡Al dulcísimo Dios, por la vilísima carne! ¿Y qué pena merece tan falso peso y medida, sino eterno tormento? Y, cierto, les será dado.

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