Comentario de San Agustín: «si mi adversario se alzase contra mí…»

 

 

Salmo 54:  «…pero eres tú, mi compañero, mi amigo…juntos íbamos entre el bullicio por la casa de Dios…»

 

 

“Así que por todo eso tú buscabas la soledad y unas alas; y por eso protestas, no puedes soportar la realidad: la oposición y la injusticia de esta ciudad. Descansa, más bien, junto con los que viven contigo dentro, no andes buscando la soledad. Mira lo que dice también de estos: Porque si mi enemigo me injuriase. Ya antes en su lucha se encontraba turbado por las voces de su enemigo y los ultrajes del pecador. Quizá vivía en aquella ciudad, soberbia ella, alzando una torre que luego fue derribada, al dividirse sus lenguas, mira cómo desde dentro gime por miedo a los falsos hermanos. Porque si mi enemigo me injuriase, sí, lo aguantaría; y si el que me odiaba hubiera proferido palabras muy ofensivas contra mí, es decir, si con soberbia me hubiera insultado, y con arrogancia se hubiera alzado sobre mí, con toda clase de amenazas, sin duda alguna que me habría escondido de él. ¿Cómo te ibas a esconder del que está fuera? De los que están dentro, sí. Y ahora mira a ver si no queda más solución que buscar la soledad. Pero tú —sigue diciendo —, mi amigo íntimo, mi guía y confidente. Quizá alguna vez me diste un consejo, quizá alguna vez te has adelantado y me has advertido saludablemente de algo: estábamos juntos en la Iglesia de Dios. Pero tú, mi amigo íntimo, mi guía y confidente, que junto conmigo saboreabas dulces manjares. ¿Cuáles son esos manjares dulces? No todos los que están cerca los conocen; pero los que los conocen procuren no convertirlos en amargos, para que les puedan decir a los que aún los desconocen: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Tú, que junto conmigo saboreabas dulces manjares. Íbamos juntos por la casa de Dios. ¿De dónde, pues vendrá la división? El que estaba dentro se ha salido. Caminó junto y de acuerdo conmigo por la casa de Dios: se ha levantado otra casa en contra de la casa de Dios. ¿Y por qué abandonó aquella en la que íbamos juntos? ¿Por qué la abandonó, si en ella los dos disfrutábamos sabrosos manjares?”

“Tú le dices a alguien: «¿Qué te pasa, hermano? Somos hermanos, invocamos al único Dios, creemos en el único Cristo, escuchamos el mismo evangelio, cantamos el mismo salmo, respondemos el mismo Amén, proclamamos el mismo Aleluya, celebramos la única Pascua: ¿Qué haces tú ahí fuera, cuando yo estoy dentro?» Muchas veces me siento angustiado y pensando lo verdaderas que son aquellas palabras: «Que Dios te devuelva a nuestros mayores». Es, pues, un ser vivo que perece. Después continúas y le adviertes: «Bueno, que se cometa sólo el mal de la separación; pero, ¿por qué añades también el del rebautismo? Reconoce en mí lo que tú tienes; y si me has odiado, perdona Cristo en mí». Y todo esto con frecuencia a ellos les parece que está muy mal: realmente, dicen, esto está mal; ¡ojalá no existiese! ¿Pero qué vamos a hacer de lo establecido por nuestros mayores? Que bajen vivos al infierno. Si cayeras muerto, no sabes qué harías; pero mientras sabes que lo que haces está mal, y sin embargo lo haces, ¿no estás cayendo vivo al abismo?”