Cuida tú de mi honra y de mis cosas; que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas. También contigo desearía hacer este pacto

Consagración al Sagrado Corazón

La Consagración puede reducirse a un pacto: a aquel que Yo pedí a mi primer apóstol de España, Bernardo de Hoyos, y antes, en términos equivalentes, a mi sierva Santa Margarita: Cuida tú de mi honra y de mis cosas; que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas. También contigo desearía hacer este pacto. Yo, que como señor absoluto podría acercarme exigiendo sin ningunas condiciones, quiero pactar con mis criaturas. Y tú ¿no quieres pactar conmigo? No tengas miedo que hayas de salir perdiendo. Yo en los tratos con mis criaturas, soy tan condescendiente y benigno, que cualquiera pensaría que me engañan. Además, es un convenio que no te obligará de suyo ni bajo pecado mortal, ni bajo pecado venial; Yo no quiero compromisos que te ahoguen; quiero amor, generosidad, paz: no zozobras ni apreturas de conciencia.

Ya ves que el pacto tiene dos partes: una que me obliga a Mí, y otra que te obliga a ti. A Mí, cuidar de ti y de tus intereses; a ti, cuidar de Mí y de los míos, ¿Verdad que es un convenio muy dulce?

Todos los hombres somos propiedad de Jesús, porque es nuestro Creador y Salvador. Por el bautismo los cristianos somos más suyos todavía. La pertenencia a Jesús debe ser confirmada y esta confirmación debe ser renovada continuamente con nuestra decisión personal a favor de Él. Esto ocurre de una manera privilegiada en la consagración al Corazón de Jesús, siempre que esté  preparada a conciencia.

No somos solamente de Jesús. Somos también de María, ya que ella es nuestra madre espiritual. Al que se entrega a María, ella lo entrega a Jesús. Ella es el camino a Jesús, la mediadora y la intercesora ante él.

PRIMERA PARTE DE LA CONSAGRACIÓN

Principiaremos por la parte mía: Yo cuidaré de ti y de tus cosas. Para eso es necesario que todas, es a saber: alma, cuerpo, vida, salud, familia, asuntos, en una palabra: todo, lo remitas plenamente a la disposición de mi suave providencia y que me dejes hacer. Yo quiero arreglarlas a mi gusto y tener las manos libres. Por eso deseo que me des todas las llaves; que me concedas licencia para entrar y salir cuando Yo quiera; que no andes vigilándome para ver y examinar lo que hago; que no me pidas cuenta de ningún paso que dé, aunque no veas la razón y aun parezca a primera vista que va a ceder en tu daño; pues, aunque tengas muchas veces que ir a ciegas, te consolará el saber que te hallas en buenas manos. Y cuando ofreces tus cosas, no ha de ser con el fin precisamente de que Yo te las arregle a tu gusto, porque eso ya es ponerme condiciones y proceder con miras interesadas sino para que las arregle según me parezca a Mí; para que proceda en todo como dueño y como rey, con entera libertad aunque prevea alguna vez que mi determinación te haya de ser dolorosa. Tú no ves sino el presente, Yo veo lo porvenir; tú miras con microscopio, Yo miro con telescopio de inconmensurable alcance; y soluciones, que de momento parecerían felicísimas, son a veces desastrosas para lo que ha de llegar; fuera de que en ocasiones, para probar tu fe y confianza en Mí y hacerte merecer gloria, permitiré de momento, con intención deliberada, el trastorno de tus planes.

Mas con esto no quiero que te abandones a una especie de fatalismo quietista y descuides tus asuntos interiores. Debes seguir como ley aquel consejo que os dejé en el Evangelio: «Cuando hubiereis hecho cuanto se os había mandado, decid: siervos inútiles somos». Debes en cualquier asunto tomar todas las diligencias que puedas, como si el éxito dependiera de ti sólo, y después decirme con humilde confianza: «Corazón de Jesús, hice, según mi flaqueza, cuanto buenamente pude; lo demás ya es cosa tuya, el resultado lo dejo a tu providencia». Y después de dicho esto procura desechar toda inquietud y quedarte con el reposo de un lago en una tranquila tarde de otoño.

LO QUE SE DEBE OFRECER

Como dije, debes ofrecerme todo sin excluir absolutamente nada, pues sólo me excluyen algo las personas que se fían poco de Mí.

EL ALMA – Ponla en mis manos: tu salvación eterna, grado de gloria en el cielo, progreso en virtud, defectos, pasiones, miserias, todo. Hay algunas personas que siempre andan henchidas de temores, angustias, desalientos por las cosas del espíritu. Si esto es, hijo mío, porque pecas gravemente, está muy justificado. Es un estado tristísimo el del pecado mortal, que a todo trance debes abandonar en seguida, ya que te hace enemigo formal mío. Esfuérzate, acude a Mí con instancia, que Yo te ayudaré mucho, y sobre todo confiésate con frecuencia, cada semana, si puedes, que este es un excelente remedio. Caídas graves no es obstáculo para consagrarte a Mí, con tal que haya sincero deseo de enmienda, la Consagración será un magnífico medio para salir de este estado.

Hay otra clase de personas que no pecan mortalmente, y sin embargo, siempre están interiormente de luto, porque creen que no progresan en la vida espiritual. Esto no me satisface. Debes también aquí hacer cuanto buenamente puedas según la flaqueza humana, y lo demás abandonarlo a Mí. El Cielo es un jardín completísimo, y así debe contener toda variedad de plantas; no todo ha de ser cipreses, azucenas y claveles; también ha de haber tomillos; ofrécete a ocupar ese lugar. Todas esas amarguras en personas que no pecan gravemente nacen de que buscan más su gloria que la mía. La virtud, la perfección tiene dos aspectos: el de ser bien tuyo, y el de ser bien mío; tu debes procurarla con empeño, mas con paz, por ser bien mío, pues lo tuyo, en cuanto tuyo, ya quedamos en que debes remitirlo a mi cuidado. Además, debes tener en cuenta que si te entregas a Mí, la obra de tu perfección más bien que tú la haré Yo.

EL CUERPO – También Yo quiero encargarme de tu salud y tu vida, y por eso tienes que ponerlas en mis manos. Yo sé lo que te conviene, tú no lo sabes. Toma los medios que buenamente se puedan para conservar o recuperar la salud, y lo demás remítelo a mi cuidado, desechando aprensiones, imaginaciones, miedos, persuadido de que no de medicinas ni médicos, sino principalmente de Mí vendrá la enfermedad y el remedio.

FAMILIA – Padres, cónyuges, hijos, hermanos, parientes. Hay personas que no hallan dificultad en ofrecérseme a sí, pero a veces se resisten a poner resueltamente en mis manos algún miembro especial de su familia a quien mucho aman. No parece sino que voy a matar incontinenti todo cuanto a mi bondad se confíe. ¡Qué concepto tan pobre tienen de Mí! A veces dicen que en sí no tienen dificultad en sufrir, pero no quisieran ver sufrir a esa persona; creen que consagrarse a Mí y comenzar a sufrir todos cuantos les rodean, son cosas inseparables. ¿De dónde habrán sacado esa idea? Lo que sí hace la Consagración sincera, es suavizar mucho las cruces que todos tenéis que llevar en este mundo.

BIENES DE FORTUNA – Fincas, negocios, carrera, oficio, empleo, casa, etc. Yo no exijo que las almas que me aman abandonen estas cosas, a no ser que las llame al estado religioso. Todo lo contrario; deben de cuidar de ellas ya que constituyen una parte de las obligaciones de su estado. Lo que pido es que las pongan en mis manos, que hagan lo que buenamente puedan, a fin de que tengan feliz éxito; pero el resultado me lo reserven a Mí sin angustias ni zozobras, ni medio desesperaciones.

BIENES ESPIRITUALES – Ya sabes que todas las acciones virtuosas que ejecutes en estado de gracia, y los sufragios que después de tu muerte se ofrezcan por tu descanso, tienen una parte a la cual puedes renunciar en favor de otras personas ya vivas o ya difuntas. Pues bien, hijo mío, desearía que de esa parte me hicieras donación plena, a fin de que Yo la distribuya entre las personas que me pareciere bien. Yo sé, mejor que tú, en quienes precisa establecer mi reinado, a quienes hace más falta, en donde surtirá mejor efecto, y así podré repartirla con más provecho que tú. Pero esta donación no es óbice para que ciertos sufragios que o la obediencia o la caridad o la piedad piden en algunas ocasiones puedas ofrecerlos tú.

Todo, pues, has de entregármelo con entera confianza, para que Yo lo administre como me parezca y, aunque no debes hacerlo con miras interesadas ya verás cómo, a pesar de que en ocasiones sueltas pondré a prueba tu confianza haciendo que salgan mal, sin embargo, en conjunto, tus asuntos han de caminar mejor; tanto mejor, cuanto tú le tomes mayor interés por los míos. Cuanto más pienses tú en Mí, más pensaré Yo en ti; cuanto más te preocupes de mi gloria, más me preocuparé de la tuya; cuanto más trabajes por mis asuntos, más trabajaré por los tuyos. Tienes que procurar, hijo mío, ser más desinteresado. Hay algunas personas que sólo piensan en sí; su mundo espiritual es un sistema planetario, en el cual ellos ocupan el centro, y todo lo demás, incluso mis intereses, al menos prácticamente son especies de planetas que giran en derredor; este egocentrismo interior es mal sistema astronómico.

SEGUNDA PARTE DE LA CONSAGRACIÓN

Hijo mío, hemos llegado con esto a la segunda parte de la Consagración: cuida tú de mi honra y de mis cosas. Ésta es la parte para ti más importante, porque en rigor es la propiamente tuya. La anterior era la mía: si en ella te pedía aquella entrega de todo era con el fin de tener las manos libres para cumplir la parte del convenio que me toca; mas la tuya, en la que debes poner toda la decisión de tu alma, la que ha de formar el termómetro que marque los grados de tu amor para conmigo, es la presente: el cuidar de mis santos intereses.

¿Sabes cuales son mis intereses? Yo, hijo mío, no tengo otros que las almas: éstas son mis intereses y mis joyas y mi amor; quiero, como decía a mi sierva Margarita, establecer el imperio de mi amor en todos los corazones. No ha llegado todavía mi reinado; hay cierta extensión externa en las naciones católicas, pero este reinado hondo, por el cual el amor para conmigo sea quien no de nombre, sino de hecho mande, gobierne e impere establemente en el alma, ese reinado ¡qué poco extendido está aún en los pueblos cristianos! Y no es que el terreno falte; son numerosas las almas preparadas para ello, y cada día serán más, lo que falta son apóstoles; dame un corazón tocado con este divino imán, y verás qué prontamente quedan imantados otros.

MANERAS DE APOSTOLADO

¡Qué fácil es ser mi apóstol! No hay edad, ni sexo, ni estado, ni condición que puedan decirse ineptos. ¡Son tantos los modos de trabajar! Míralos:

1º La oración: O sea pedir al cielo mi reino continuamente: pedirlo a mi Padre, pedírmelo a Mí, a mi Madre, a mis Santos. Pedirlo en la Iglesia, en casa, en la calle, en medio de tus ocupaciones diarias. «¡Que reines!, Corazón Divino»; esta ha de ser la exclamación que en todo el día no se caiga de tus labios; repítela diez, veinte, cincuenta, cien, doscientas veces por día, hasta que se haga habitual; busca mañas e industrias para acordarte.

¿Quién no puede ser apóstol? ¡Y qué buen apostolado éste de oración por instantánea! Dame una muchedumbre de almas lanzando de continuo estas saetas, y dime si no harán mella en el Cielo; son moléculas de vapor que se elevan, forman nubes y se deshacen después en lluvia fecundante sobre el mundo.

2º El sacrificio: Primero pasivo o de aceptación. ¡Cuántas molestias, disgustos, malos ratos, tristezas, sinsabores, pequeños o grandes, suelen sobreveniros a todos, como sobreviniéronme a Mí, a mi Madre y a mis Santos! Pues bien, todo eso, llevado en silencio, con paciencia y aún con alegría, si puedes; todo eso, ofrecido porque reine, ¡qué apostolado tan rico! Hijo mío, la cruz es lo que más vale, porque es lo que más cuesta. ¡Cuántas cruces se estropean tristemente entre los hombres! ¡Y son joyas tan preciosas! En segundo lugar, el sacrificio activo o de mortificación; procura habituarte al vencimiento frecuente en cosas pequeñas, práctica tan excelente en la vida espiritual. Vas por la calle y te asalta el deseo de mirar tal objeto, no lo mires; tendrías gusto en probar tal golosina, no la pruebes; te han inculpado una cosa que no has hecho, y no se sigue gran perjuicio de callarte, cállate, y así en casos parecidos, y todo porque Yo reine. Y si tu generosidad lo pide, puedes pasar a penitencias mayores. Ya ves ¡qué campo de apostolado se presenta ante tus ojos, y éste sí que es eficaz!

3º Ocupaciones diarias: Algunas personas dicen que no pueden trabajar por el reinado del Corazón de Jesús por estar muy ocupadas, como si los deberes de su estado, las obligaciones de su oficio y sus quehaceres diarios, hechos con cuidado y con esmero no pudieran convertirse en trabajos apostólicos. Sí, hijo mío, todo depende de la intención con que se hagan. Una misma madera puede ser trozo de leña que se arroje en una hornilla, o devotísima imagen que se ponga en un altar. Mientras te ocupas en eso procura muchas veces levantar a Mí tus ojos y como saborearte en hacerlo todo bien, para que todas tus obras sean monedas preciosísimas que caigan en el cepillo que guardo para la obra de mi reinado en el mundo. Debes también esforzarte, aunque con paz, por ser cada día más santo; porque cuanto más lo seas, tendrá mayor eficacia lo que hicieres por mi gloria.

4º La propaganda: A veces pudieras prestar tu favor a alguna empresa de mi Corazón divino; recomendar tal o cual práctica a las personas que están a tu alrededor, ganarlas si puede ser, a fin de que se entreguen a Mí como te entregaste tú. Y si tienes dificultad en hablar, una hoja o un folleto no la tienen; dalo o recomiéndolo; colócalo otras veces en un sobre y envíalo de misión a cualquier punto del globo. ¡Cuántas almas me han ganado donde menos se pensaba estos misioneros errabundos!

¡Ya ves si existen maneras de trabajar por mi reino! Si no luchas, no será por falta de armas, no hay momento en todo el día en que no puedas manejar alguna de ellas. Debes imitar al girasol o al heliotropo, que miran sin cesar al astro rey. Es muy fácil ser mi apóstol. Y ¡qué cosa tan hermosa una vida de continuo iluminada por este ideal esplendoroso! ¡Todas las obras del día selladas con sello de apostolado, y del apostolado magnífico del amor! ¡Todas las obras del día convertidas en oro de caridad! A la hora de la muerte, qué dulce será, hijo mío, echar una mirada hacia atrás y ver cinco, diez, veinte o más años de trescientos sesenta y cinco días cada uno, pasados todos los días así.

LA REPARACIÓN

¿Quieres amarme de veras? Dos cosas hace el amor: procurar a quien se ama todo el bien de que carezca, y librarle del mal que sobre él pesare. Con el apostolado me procuras el bien, me das las almas; con la reparación me libras del mal, lavas mi divino honor de las manchas que le infieren los pecados. Sí, hijo mío, puede una injuria borrarse, dando una satisfacción. Y ¡cuántas podrías tú darle no sólo por tus pecados, sino por los infinitos que cada día se cometen! Yo no quiero agobiarte con mil prácticas; las mismas oraciones, sacrificios, acciones de cada día y propaganda entusiasta que sirven de apostolado, sirven de reparación si con esa intención se hacen, ¡Que reines, perdónanos nuestras deudas! Porque reines, y por lo que te ofendemos, han de ser jaculatorias que siempre estén en tus labios. Dos oficios principales tuve en mi vida terrestre: el de apóstol, que funda el reino de Dios, y el de sacerdote y víctima que expía los pecados de los hombres. Quiero que los mismos tengas tú. Con la devoción a mi Corazón divino pretendo hacer de cada hombre una copia exacta mía, un pequeño redentor. ¡Qué sublime y qué honroso para ti!

P. Florentino Alcañiz S.I.

Con la Consagración le entregamos a Jesús por María nuestra alma y nuestro cuerpo,

el crecimiento espiritual,

nuestras oraciones,

mortificaciones y nuestras buenas obras,

nuestras luchas interiores ocultas,

nuestro esmero por la pureza del alma,

las cruces de todo tipo,

nuestro estado de salud,

nuestra familia,

a los conocidos y amigos,

nuestra vocación y

bienes materiales.

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