La daga y la pistola son diferentes, pero da lo mismo si cada una de ellas puede producir la muerte o por lo menos la herida.
Las drogas, ninguna novedad en el mundo. Son tan antiguas como el hombre. El hombre comenzó a drogarse desde las civilizaciones más oscuras y elementales. Como estimulante en el trabajo y remedio en la enfermedad, como placentero pasatiempo o extraño rito religioso.
De pronto, la droga irrumpió atropellando sin distinciones, lo mismo a naciones poderosas o miserables, que a las distintas clases sociales, grupos de edad o sexo, avasalladora y dominante. Ayer usada por pequeños grupos, hoy a desbordado a plazas, hoteles, cafés, patios de escuela, playas campos deportivos, discoteque, etc. No vergüenza de saberse vicioso, sino desvergüenza de proclamarlo. No asunto de minorías, sino problema de mayorías. Hay aproximadamente 300 millones de drogadictos en el mundo.
Los países occidentales, de tradición cristiana, confrontan este problema de la drogadicción como un fenómeno que, lejos de retroceder o estacionarse, avanza cada día más. En México, la drogadicción juvenil aumenta cada año en un 5 %.
La novedad en nuestros días es la mayor disponibilidad de drogas al alcance de la mano. Hay una rica variedad para todos los gustos que las hace llegar al cliente salvando aduanas, fronteras, tratados y policías.
¿Qué es peor, el alcohol o las drogas?

Es cierto que el alcohol es infinitamente mejor visto por la sociedad que la droga. Para el vino los honores; para la droga el asco. El vino entra y sale entre sonrisas y beneplácitos, se le reverencia y se le ama; corre espumoso y jovial, desde la oscuridad del hogar hasta el esplendor de los salones palaciegos.
En un contexto real, de acuerdo con un cuadro estadístico, resulta que el alcohol mata más gente y vuelve demente como cualquiera de las drogas que tanto nos aterran. Esto no quiere decir que las drogas no sean peligrosas, sino que el peligro del alcohol no se quiere ver en toda su trágica realidad, o si se le ve, se le disculpa con mil pretextos sociales.
¿Qué diferencia existe entre el consumo del alcohol y la afición a las drogas?
Podríamos señalar tres:
1. El problema evidente no es el uso del vino, sino su abuso. Se puede beber con moderación o con exceso. Pero no es menos evidente que el margen entre el uso y el abuso es mucho menor para las drogas que para el vino. En otras palabras, se puede tomar el vino sin abusar de él. En cambio, cuando se trata de las drogas, el que comienza a usarlas casi siempre termina irremediablemente abusando de ellas. Es más fácil moderarse en el vino que en las drogas.
2. Por otra parte, cuando se pasa a la patología, al campo de las enfermedades y desajustes del organismo y de la mente, se trata en el caso del vino de una patología de adulto. Mientras que en el caso de la droga se trata de una patología de adolescente. Lo cual constituye justamente su gravedad.
3. El alcohólico sale de sí mismo, como si el vino le sirviera de trampolín, para lanzarse a romper sus miedos, se vuelca hacia los demás; en cambio, los drogadictos se alejan hasta la idea de realizar un acto, se repliegan en su soledad, rumiando a solas el placer de las sustancias, metidos en un mundo personal de inactividad externa y de alucinantes sacudidas íntimas.
Si entre el vino y la droga existen diferencias, también existen similitudes, tantas como que el alcohol es una droga, como las otras. Si ustedes quieren, aceptada por los hábitos de una civilización tan complaciente cuando le interesa y tan represiva cuando le conviene. Los problemas de dependencia y hábito casi son los mismos para el toxicómano y el alcohólico.
Esclaviza el whisky como la cocaína, en cuanto que ambos reducen, atan, aprisionan la libertad.
En un plan individual, el alcohol y la droga modifican la personalidad y cambian las relaciones del sujeto con el mundo. En un plan social, trastornan la imagen misma de la comunidad.
¿Qué es peor para un joven, para una nación: el alcohol o la droga?
La daga y la pistola son diferentes, pero da lo mismo si cada una de ellas puede producir la muerte o por lo menos la herida.
¿Qué es un drogadicto?
Drogadicto es la persona en estado de intoxicación periódica o crónica, originada por el consumo repetido de una droga. Quien ha fumado dos o tres veces la mariguana, no es un drogadicto, como tampoco es un ebrio el que se toma dos o tres copas el día de su cumpleaños. La drogadicción supone el hábito, la costumbre, el consumo repetido.
El drogadicto experimenta una necesidad imperiosa, que sin la droga no puede ser, ni estar, ni vivir. Entre él y la droga se produce una dependencia, es decir una subordinación. La droga manda, el drogadicto obedece. Al repetirse las experiencias, aparece la tolerancia y con el tiempo, toma cuerpo la dependencia sicológica. La droga se convierte en una necesidad primaria: «primero drogarse que comer».
Esta es la tragedia del joven, del hombre dominado por cualquier vicio, llámese el alcohol, el sexo, el juego; tragedia de ser súbdito de un poco de yerba, de unos cuantos centímetros cúbicos de sustancias tóxicas, de sus traficantes, de la justicia.
Del corazón del drogadicto desaparece todo otro interés, cualquier ideal de superación. La cultura, el trabajo, el hogar, el deporte, las infinitas bellezas de la vida, todo queda arrumbado. Se vive para la drogadicción. A veces se muere.
Así pues, las características de la toxicomanía son tres principalmente:
1). Un deseo invencible o una necesidad imperativa de consumir la droga y de procurársela por todos los medios.
2). Una tendencia a aumentar la dosis de la misma droga y a combinar el uso de varias. Es raro el toxicómano que se limita a emplear siempre el mismo producto, busca la variedad, la asociación de sustancias, el cambio de una droga a otra durante un mismo «viaje».
3). Una dependencia de orden físico o sicológico respecto a la droga; y una dependencia respecto a los proveedores. Los drogadictos que llegan a las clínicas y a las cárceles también pensaron que una vez era una vez.
El drogadicto no nace, se hace.
Nadie nace drogadicto, nadie está predestinado a la drogadicción, y además no hay un camino para llegar a la droga, hay muchos, más de los que nos imaginamos. Se podría decir que la historia de cada drogadicto es diversa, de cómo empieza, porque la historia casi siempre termina igual. La drogadicción termina en la infelicidad, la locura, el hospital, la cárcel y tal vez la muerte.
¿Cómo un joven se hace drogadicto?
Como ya dijimos anteriormente, hay muchos caminos, a continuación se desglosan los más importantes:
a) Juventud: El sólo hecho de ser joven explica muchas veces las crisis, problemas, tentaciones y caídas que sufren los muchachos en el mundo. Quienes, por ejemplo, comercian con la pornografía o las drogas, conocen mejor que nadie la debilidad de la voluntad juvenil, en eso radica la bondad y abundancia de sus clientes.
b) Inmadurez emocional: Un muchacho inmaduro, con deseos de evadirse de la realidad, con escasa fortaleza de ánimo, con una sensación de inutilidad en la vida, incapaz de superar las tensiones, insensible al dolor ajeno, hipersensible a las propias penas físicas o morales; con un carácter así, egoísta y débil, para el que toda dificultad es insuperable y todo éxito es insignificante, está más propenso al embate de las drogas, que un carácter combativo, optimista, audaz en la prueba, seguro de lo que hace.
c) Carencia de ideales: Quienes se drogan no son felices y no son felices porque no tienen ideales, o los perdieron o no saben buscar otros. Por un ideal se ama y se sufre, se vive y se triunfa. En cambio, un joven encuadrado vocacionalmente en el estudio o en trabajo, sediento de horizontes, jamás descenderá al infierno de las drogas.
El que tiene un ideal no lleva drogas en la bolsa,porque lleva alegría en el alma.
d) Ambiente:
++ El Hogar. Cuando el hijo descubre en su hogar una carencia afectiva y educativa que sus padres tratan de suplir dándole dinero, ese hijo comienza a romper los lazos que lo aten a la familia, destruye las imágenes paternas y se fuga a donde sea. El drogadicto sufre una falta de amor.
Ser padre equivale a dar amor y comprensión,
pero también vigilancia y autoridad.
++ La educación escolar. Una escuela maltrecha, que sólo da información, pero no formación; interesada por un discutible programa académico, desinteresada de los problemas de la juventud; abocada a conferir títulos de profesionistas, no vocaciones de hombres.
++ Medios de comunicación. Las ideas, las opiniones, las convicciones de muchos jóvenes proceden principalmente de cuanto han visto y oído en las pantallas grandes o pequeñas.
++ Los amigos. Las posibilidades de que un muchacho esté expuesto al peligro de la droga dependen en gran parte de su unión con amigos, con grupos de toxicómanos, porque el drogadicto tiene una tendencia como natural al proselitismo.
Dichoso el joven que sabe escoger a sus amigos. Amigo es el que nos hace mejores, los demás se llaman enemigos.
e) La curiosidad: Muy ligada al tema de los amigos, la curiosidad nace con el hombre y lleva a los jóvenes a experimentar las drogas para determinar sus efectos por sí mismos. Pero no imaginan que en realidad es el eslabón de una cadena que no se romperá jamás.
f) Crisis de fe: Una falta de moral sacude al mundo actual. El joven hoy en día se alimenta, como si fuera el pan de cada día, de violencia, pornografía, drogas, sexo. El resultado: la amoralidad. Los valores morales han perdido a los ojos de los jóvenes toda su importancia y, en consecuencia, los han abandonado, yacen al margen de su vida, no son ya valores, porque para ellos no valen nada, son un lastre y un estorbo que les impide desenvolverse a su manera.
El rechazo de los valores morales, la inercia ante las tentaciones, la pérdida del sentido de pecado, el materialismo práctico en que vive, la ausencia de una conciencia religiosa, la despreocupación y apatía por las prácticas religiosas, todo eso no es más que un espejo que refleja que Dios no le dice nada al drogadicto, simplemente no cree. Sin fe viva, la moral está muerta.
El joven que cree en un Dios, un Dios vivo, un Dios que lo conoce y lo ama, sabe que a Dios se le encuentra por el camino abierto y alegre de la fe, la esperanza y el amor.
¿Qué es peor, el alcohol o las drogas?
Es cierto que el alcohol es infinitamente mejor visto por la sociedad que la droga. Para el vino los honores; para la droga el asco. El vino entra y sale entre sonrisas y beneplácitos, se le reverencia y se le ama; corre espumoso y jovial, desde la oscuridad del hogar hasta el esplendor de los salones palaciegos.
En un contexto real, de acuerdo con un cuadro estadístico, resulta que el alcohol mata más gente y vuelve demente como cualquiera de las drogas que tanto nos aterran. Esto no quiere decir que las drogas no sean peligrosas, sino que el peligro del alcohol no se quiere ver en toda su trágica realidad, o si se le ve, se le disculpa con mil pretextos sociales. De hecho el aumento del consumo de las drogas es consecuencia del aumento del consumo del alcohol, según las mismas estadísticas. Están de una u otra manera conectados. De ahí la importancia de que la pretensión de justificar el consumo de uno o de otro, o de legalizar su consumo, para pretender un control, es una verdadera falacia y un aberrante sin sentido. El camino de las adicciones destructivas, como las que mencionamos, cuando no se combaten, solo terminan en una lamentable tragedia.
Catecismo de la Iglesia Católica
2290 La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables.
2291 El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.
La Biblia
Varios versículos animan a la gente a mantenerse alejados del alcohol (Levítico 10:9; Números 6:3; Deuteronomio 14:26; 29:6; Jueces 13:4, 7, 14; 1ª Samuel 1:15; Proverbios 20:1; 31:4,6; Isaías 5:11, 22; 24:9; 28:7; 29:9; 56:12; Miqueas 2:11; Lucas 1:15). Sin embargo, la Escritura no necesariamente prohíbe a un católico beber cerveza, vino, o cualquier otra bebida que contenga alcohol. Los católicos están llamados a evitar la embriaguez (Efesios 5:18). La Biblia condena la embriaguez y sus efectos (Proverbios 23:29-35). Los creyentes no deben permitir que sus cuerpos sean “dominados” por cualquier cosa (1ª Corintios 6:12; 2ª Pedro 2:19). La Escritura también prohíbe a un católico hacer lo que quiera que pudiera ofender al prójimo, o a hacer cualquier cosa que pudiera animarlos a pecar contra su conciencia (1ª Corintios 8:9-13). A la luz de estos principios, sería extremadamente difícil para cualquier alma decir que está bebiendo alcohol para la gloria de Dios (1ª Corintios 10:31).
Jesús convirtió el agua en vino. (Juan 2:1-11; Mateo 26:29). La gente a menudo tomaba vino (o jugo de uva) porque era menos probable que estuviera contaminado. En 1ª Timoteo 5:23, Pablo daba a Timoteo instrucciones para que dejara de tomar agua (la cual probablemente era la causa de sus problemas estomacales).  En esos días, el vino era fermentado, pero no al grado en que lo es hoy. Es incorrecto decir que era jugo de uva, pero también es incorrecto decir que era el mismo vino que se usa hoy en día.
La Escritura no necesariamente prohíbe a los cristianos beber cerveza, vino o cualquier otra bebida que contenga alcohol. Un catolico más bien debería abstenerse en absoluto de la embriaguez y de la adicción al alcohol (Efesios 5:18; 1ª Corintios 6:12). La Biblia contiene principios, sin embargo se hace extremadamente difícil sostener que un cristiano que bebe alcohol, cualquiera sea la cantidad, agrade a Dios.

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