Esa legalización (el aborto) provocó una dinámica que desemboca en un desolador panorama.

Cuando analizamos cuestiones sociales no es fácil esquivar las múltiples trampas derivadas de la complejidad del objeto que abordamos. Empezando porque no tratamos con fenómenos previsibles causados por objetos, sino con fenómenos que tienen detrás las acciones de innumerables personas, siempre dispuestas a echar por tierra las previsiones de sociólogos, encuestadores y demás analistas sociales.

A menudo tomamos causas por consecuencias, y viceversa, u olvidamos que éstas se influyen y retroalimentan mutuamente. O tendemos a dejar de lado aquello que no vemos o, peor aún, que no queremos ver pues provoca ruido en nuestro modelo. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el aborto.


Algo me dice que matar a más de 100.000 niños al año (por ejemplo en España) tiene que causar un profundo impacto en la sociedad que lo tolera (no digamos cuando, más que tolerado, lo promueve y banaliza)


La doctrina usada en la oficialidad,  es que es algo que afecta a unas pocas madres en situaciones trágicas  no tendría mayores repercusiones. Yo nunca lo he creído. Algo me dice que matar a niños… (seres humanos, vida humana en el vientre materno), debe tener un profundo impacto y consecuencia en la percepción sensible, regional y sicológica de la sociedad que lo tolera (promueve y banaliza).

John D. Mueller es un economista estadounidense que lleva décadas estudiando los costes económicos y sociales del aborto, primero en Estados Unidos y luego recabando datos de más de 70 países. Con resultados interesantísimos.

Se suele afirmar que el aborto es un efecto colateral de situaciones de disolución social, un resultado del colapso de la familia y de otras disfunciones que golpean a los más jovenes. Un corolario de esta concepción sería que el modo más eficaz de combatir el aborto sería actuando sobre las situaciones que lo provocan, indirectamente. No suena disparatado.


La legalización del aborto es la principal causa de las rupturas familiares y de las disfunciones a ellas asociadas, como altas tasas de ilegitimidad o el hundimiento de la natalidad…


Lo que Mueller ha descubierto en sus estudios es que la relación es justo la inversa: la legalización del aborto es la principal causa de las rupturas familiares y de las disfunciones a ellas asociadas, como altas tasas de ilegitimidad o el hundimiento de la natalidad.

No se encontraban situaciones sociales catastróficas que dieran  lugar a la legalización del aborto, sin embargo esa legalización provocó una dinámica que desemboca en ese desolador panorama. El corolario sería también el inverso: ¿quieres mejorar el estado de la familia, hacer descender el crimen o recuperar la natalidad, entre otras cosas? La receta es sencilla: ilegaliza el aborto y verás.

Una falacia: el también economista Steven D. Levitt, en su famoso libro Freakonomics, argumentaba que la legalización del aborto en Estados Unidos en 1973 produjo un descenso de las tasas de criminalidad dos décadas después. Pero la explicación omitida es cruel pero real,. La disminución de la tasa de natalidad, disminuye también el porcentaje de ciudadanos honorables como también de quienes terminan delinquiendo.  Es cruel pero es intuitivamente cierto,  que los niños abortados, de haber nacido, hubieran sido unos víctimas y otros victimarios. Además, la mayoría de las argumentaciones en favor del aborto, vinculándolo con la disminución de la criminalidad, se fundan en análisis realizados en torno a la población en hogares rotos y pobres en un alto porcentaje (siempre mirando la población latina y afroamericana).

La legalización del aborto directa o indirectamente habría procurado librar, en la sociedad estadounidense de esos cientos de miles de niños altamente proclives a convertirse en adultos criminales. Nuevamente nos encontramos con la paradoja de invertir en el aborto y no en la educación, y en mejorar las condiciones de vida de la población más vulnerable.


El economista John Mueller prueba exactamente lo contrario: ha encontrado un 90% de correlación inversa entre paternidad y homicidio. O sea, que el hecho de tener un hijo es clave para no cometer un delito sangre.


Al poder abortar a sus hijos y, de este modo, eludir la paternidad, cientos de miles de norteamericanos se vieron «liberados» de esa importantísima traba que constituía el tener hijos a su cargo. De este modo, la legalización del aborto habría sido determinante en el alza de las tasas de criminalidad de los años 70 y 80.

Ya lo ven, podemos encontrar economistas para justificar cualquier cosa, pero también en este campo hay diferencias y, si bien tampoco hay que dejarse deslumbrar por el despliegue estadístico, el trabajo y el rigor que subyace a un análisis de datos honesto es algo que deberíamos valorar más en tiempos de economistas mediáticos con una peligrosa tendencia a la sofística.

No es el caso de Mueller, cuyas últimas aportaciones pueden leerse en The Family in America y que acaba su escrito con una cita de Ronald Reagan que no me resisto a reproducir: «Sí hay soluciones simples, lo que pasa es que no son las fáciles«.

Es obvio, que legalizar la muerte de un ser inocente en el vientre materno, aumenta el horizonte de posibilidades  de quien busca justificación,  para hacer de la muerte de cualquier ser humano, un recurso «válido» para alcanzar sus diversos anhelos o deseos.


Basado en un artículo de Jorge Soley, de actuall.com