Por medio de Ella aplica sus méritos a sus fieles

DÍA  21

SEGUNDA SEMANA


CONOCIMIENTO DE MARÍA 


Los actos de amor, afectos piadosos hacia la Santísima Virgen, imitación de sus virtudes, especialmente su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su continua oración mental, su mortificación en todas las cosas, su pureza incomparable, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina: «siendo esto» como dice San Luis María Grignion de Montfort, «las diez virtudes principales de la Santísima Virgen». Tenemos que unimos a Jesús por María, ésta es la característica de nuestra devoción; por tanto, San Luis María Grignion de Montfort nos pide que nos empleemos a fondo para adquirir un conocimiento de la Santísima Virgen. María es nuestra soberana y nuestra medianera, nuestra Madre y nuestra Señora. Esforcémonos, pues, en conocer los efectos de esta realeza, de esta mediación, y de esta maternidad, así como las grandezas y prerrogativas que son los fundamentos o consecuencias de ello. Nuestra Santísima Madre también es perfecta – un molde en donde podemos ser moldeados para poder hacer nuestras sus intenciones y disposiciones. Esto no lo conseguiremos sin estudiar la vida interior de María, o sea, sus virtudes, sus sentimientos, sus acciones, su participación en los misterios de Jesucristo y su unión con Él. 

Oraciones vocales

Anotaciones 

DÍA 21

Meditación breve:

MONTFORT: La verdadera devoción a la Virgen Para subir y unirse a Él, preciso es valerse del mismo medio de que Él se valió para descender a nosotros, para hacerse hombre y para comunicarnos sus gracias; y ese medio es la verdadera devoción a la Santísima Virgen. Hay muchas devociones a la Virgen Santísima y verdaderas: que no hablo aquí de las falsas. Consiste la primera en cumplir con los deberes de cristiano, evitando el pecado mortal, obrando más por amor que por temor, rogando de tiempo en tiempo a la Santísima Virgen y honrándola como Madre de Dios, sin ninguna otra especial devoción para con ella. La segunda tiene para la Virgen más altos sentimientos de estima, amor, veneración y confianza; induce a entrar en las cofradías del Santo Rosario y del escapulario, a rezar la corona o el santo rosario, a honrar las imágenes y altares de María, a publicar sus alabanzas, a alistarse en sus congregaciones. Y esta devoción (con tal que nos abstengamos de pecar) buena es, santa y laudable; pero no tan a propósito como la que sigue para apartar a las almas de las criaturas y desprenderlas de sí mismas a fin de unirlas a Jesucristo. La tercera manera de devoción a la Santísima Virgen, de muy pocas personas conocida y practicada; es almas predestinadas, la que os voy a descubrir. Consiste en darse todo entero, como esclavo, a María y a Jesús por Ella; y además en hacer todas las cosas con María, en María, por María y para María. Hay que escoger un día señalado para entregarse, consagrarse y sacrificarse; y esto ha de ser voluntariamente y por amor, sin encogimiento, por entero y sin reserva alguna; cuerpo y alma, bienes exteriores y fortuna, como casa, familia, rentas; bienes interiores del alma, a saber: sus méritos, gracias, virtudes y satisfacciones. (El Secreto de María, 23-24) 


PREGUNTATE:
A) ¿ES ASI TU DEVOCION A MARIA? ¿EN QUE COSAS CREES QUE DEBE DE MEJORAR? 

B) ¿VIVES UNA DEVOCION EXTERNA A LA VIRGEN O PONES EL INCAPIE EN LO IMPORTANTE QUE ES VIVIR INTERIORMENTE CON, EN, POR Y PARA MARIA? 

Meditación extendida:

María, Madre de gracia y Reina de los corazones

Composición de lugar. La imagen de la Reina de los Corazones.

Petición. Conocimiento del dominio que tiene la Santísima Virgen en el orden de la gracia, y consiguiente sentimiento de la necesidad que tengo de su devoción para salvarme y santificarme.


Punto I. “El proceder que las tres divinas personas de la Santísima Trinidad han adoptado en la Encarnación y primera venida de Jesucristo, lo prosiguen todos los días de manera invisible en la santa Iglesia; y lo mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo.

Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar.

Creó un depósito de todas las gracias y lo llamó María.

El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, raro y preciso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor, de cuya plenitud se enriquecen los hombres.

Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de todo cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.

Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel Esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee. De manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su humildad. Éstos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres.”

¡Qué dicha la nuestra tener una Madre tan rica! ¿Por qué no nos aprovechamos más de tan gran tesoro, que está Ella deseando de comunicar a sus hijos? “Pidamos gracia y pidámosla por María, que el que la busca la encuentra, y no puede verse frustrado.” (San Bernardo.)


P. II. “La gracia perfecciona a la naturaleza, y la gloria, a la gracia. Es cierto, por tanto, que el Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue en la tierra y, por consiguiente, conserva para con Ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres. No veamos, sin embargo, en esta dependencia ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios. Y por ello, no le manda como haría una madre a su hijo de aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la gracia y la gloria, que transforma en Él a todos los santos, no le pide, quiere ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.

Por tanto, cuando leemos en san Bernardo, san Buenaventura, san Bernardino y otros, que en el cielo y en la tierra todo, inclusive el mismo Dios, está sometido a la Santísima Virgen, quieren decir que la autoridad que Dios le confirió es tan grande que parece como si tuviera el mismo poder de Dios y que sus plegarias y súplicas son tan poderosas ante Dios que valen como mandatos ante la divina Majestad. La cual no desoye jamás las súplicas de su querida Madre, porque son siempre humildes y conformes a la voluntad divina.

Si Moisés, con la fuerza de su plegaria, contuvo la cólera divina contra los Israelitas en forma tan eficaz que el Señor altísimo e infinitamente misericordioso, no pudiendo resistirle, le pidió que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo rebelde (cfr. Ex. 32, 10-14), ¿qué debemos pensar, con mayor razón, de los ruegos de la humilde María, la digna Madre de Dios, que son más poderosos delante del Señor, que las súplicas e intercesiones de todos los ángeles y santos del cielo y de la tierra?

María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo que exalta siempre a los humildes (cfr. Lc. 1, 52): que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos.” ¡Y pensar que tan excelsa Señora es mi Madre!


P. III. “De lo que acabo de decir se sigue evidentemente:

En primer lugar, que María ha recibido de Dios un gran dominio sobre las almas de los elegidos. Efectivamente, no podría fijar en ellos su morada, como el Padre le ha ordenado, ni formarlos, alimentarlos, darlos a luz para la eternidad, como madre suya, poseerlos como propiedad personal, formarlos en Jesucristo y a Jesucristo en ellos, echar en sus corazones las raíces de sus virtudes y ser la compañera indisoluble del Espíritu Santo para todas las obras de la gracia… No puede, repito, realizar todo esto, si no tiene derecho ni dominio sobre sus almas por gracia singular del Altísimo, que, habiéndole dado poder sobre su Hijo único y natural, se lo ha comunicado también sobre sus hijos adoptivos, no sólo en cuanto al cuerpo, lo que sería poca cosa, sino también en cuanto al alma.

María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: El reino de Dios está en medio de ustedes (Lc. 17, 21), del mismo modo, el reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma. Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las criaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones.”

Dentro de los corazones, por lo tanto, ha de ser principalmente honrada con una devoción interior, es decir, 

“que parta del espíritu y del corazón, que proceda de la estima que se hace de la Santísima Virgen, de la alta idea que se forma de sus grandezas y del amor que se la tiene”, no de mezquino interés y de superficial sensiblería.

De todo lo dicho se ha de sacar también (como lo hace el Santo) que la devoción a la Santísima Virgen

“no ha de confundirse con las devociones a otros Santos, como si fuera sólo cosa de supererogación y no necesaria”.

Es necesaria para la salvación, como lo prueba el testimonio unánime de multitud de Santos y Doctores, y necesaria para alcanzar la perfección.

“No creo que nadie pueda adquirir unión íntima con Nuestro Señor y perfecta fidelidad al Espíritu santo, sin grandísima unión con la Santísima Virgen y grande dependencia de su socorro.”

¡Oh Reina potentísima y dulcísima de los Corazones, reina de veras en el mío! ¡Oh tesorera de la gracia, ven a llenarme de tus riquezas! ¡Oh tiernísima Madre, ven a alimentarme y a socorrerme, porque no puedo dar paso sin ti por el camino del cielo!


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